viernes, 31 de marzo de 2006

Nunc coepit

Hoy en el PSOe, con Zapatero a su cabeza, respirarán aliviados pensando que con la aprobación de ayer se cierra la sangría de votos del Estatut catalán. Pero ese no era el problema —era, tal vez, la solución.

El verdadero problema comienza ahora y durará hasta cuándo… Hace poco decía que la acelerada sociedad de la información ha ido del “Estás pasando: lo estás viendo” al “Va a pasar y cuando ocurra será ya viejo”, o sea, que cuando las cosas ocurren de verdad ya están amortizadas por toda la información previa y como que no importan. Pero el mundo es terco y se empeña en girar a su ritmo de siempre. La realidad es algo que está debajo de la prensa y que no puede cubrirse con papel de periódico. Creer que las leyes se cierran antes de que empiecen a aplicarse, cuando se votan en el Congreso y los medios dejan de hablar de ellas, es un síntoma de endogamia política y de falta de sentido de la realidad que preocupa.

De una monumental ignorancia histórica, además: los Decretos de Nueva Planta son de principios del siglo XVIII y los nacionalistas todavía se agarran a ellos para quejarse y protestar.

jueves, 30 de marzo de 2006

Diferencia

Jesús Beades no ha visitado todavía este blog. De haberlo hecho, habría cumplido con su deber y ya me habría puesto algún punto sobre la 'i'. [A veces pienso que no me llamo García Márquez, como parece, para que todo el mundo pueda ponerme el punto sobre la 'i'.] Tal vez protestaría de que cuento en el profile que me da pudor hablar de mí, mientras que no hago otra cosa en mis poemas. Aunque lo más seguro es que el buen Beades se sepa la respuesta. Me lo preguntaré yo, pues. Y responderá Mario Quintana con uno de sus aforismos:
DIFERENCIA.- Al común de la gente sólo le interesa su
persona; al poeta sólo su yo.

Tiene razón Quintana. A mí me avergüenza hablar de mi persona, o sea, de mi currículum. Mi yo es otra cosa.

¡Oh tegui!

No es si se aplica o no una medida cautelar, u otra... El problema de fondo es la división de poderes, o sea, hasta qué punto las presiones de Conde-Pumpido hayan influido en la decisión de Grande-Marlaska. Así las cosas, no consuela nada el humor negro que a Montesquieu muerto --Guerra dixit-- le pega una lanzada.

"La suma de fines": el fin justifica los miedos, al menos los míos.

miércoles, 29 de marzo de 2006

Ganar o perder

POR fin en España hay unanimidad en algo: en que la tregua etarra ha de valorarse con esperanza y cautela. Las diferencias, no obstante, reaparecen según a qué platillo de la valoración se incline cada uno, quién a la esperanza, quién a la cautela.

Yo, a la cautela. Inconvenientes, supongo, de haber leído a los estoicos. No puedo dejar de repetirme esta frase del Edipo de Séneca: "Aditum nocendi perfido praestat fides". O sea, que quien presta su confianza al pérfido abre la puerta al daño.

Con esto en la cabeza, comprenderá el señor Rubalcaba que yo no sonría. Nunca se consideró prudente vender la piel del oso antes de cazarlo. Con ETA, además, hay que tener en cuenta que es una serpiente y no un oso, y que ésas mudan de piel cada cierto tiempo. No puede descartarse que se nos esté vendiendo un despojo, una muda sucia.

Y conviene siempre saber el precio antes de sonreír. El crédito de ETA es escaso, pero el margen de actuación del Gobierno tampoco es ilimitado. Pagar un precio político (reconocer la autodeterminación, disponer del futuro de Navarra o abrir fisuras en la soberanía nacional) significaría legitimar el uso del terror, además de que no tendría encaje constitucional. Por otra parte, ciertos beneficios penitenciarios a los criminales repugnarían a la justicia, ofenderían a las víctimas y crearían un agravio comparativo con los llamados presos comunes, que todo el mundo olvida.

Aunque el asunto muestra múltiples aristas, en lo esencial sólo caben tres posibilidades. La primera, la mejor: ETA arrepentida de sus asesinatos y extorsiones, convencida por el talante de Zapatero, entrega las armas, asume sus obligaciones penales y económicas y deja su reivindicación en manos de un partido político. En la segunda, ETA, al no recibir recompensa alguna, abandona las negociaciones. La última posibilidad es que, con la complicidad de Rajoy y de los otros poderes, el presidente demuestre menos sentido del Estado que de la estadística, y pensando en las elecciones, con tal de colgarse la medalla de la pacificación, haga o haya hecho ya cesiones más o menos disimuladas. Eso supondría el fiasco general del Estado, que no es Conde-Pumpido, sino una voltereta con respecto a los principios con los que debe tratarse al terrorismo. Y no olvidemos que una voltereta no es más que una elevación del culo y una inclinación de la cabeza.

Pero que la cautela no se nos convierta en pesimismo. Sólo en este último supuesto triunfarían los terroristas. En los dos primeros, sobre todo en el primero, pero también en el segundo, ganaría la democracia y la figura de Zapatero se engrandecería. Esperemos. Lo único indudable es que aquí nadie puede quedar subcampeón, como decían los argentinos que habían quedado ellos en la guerra de las Malvinas. O gana el Estado de Derecho o perdemos todos.

[Publicado en Diario de Cádiz]

martes, 28 de marzo de 2006

Motorada y medios

La información se ha puesto tan frenética que nos pasamos de frenada. Del televisivo “Está pasando, lo estás viendo” hemos llegado al “Va a pasar y, cuando ocurra, será ya muy viejo”. Con la motorada que acompaña al gran premio de Jerez ocurre todos los años. Previamente, las estadísticas nos informan del número de muertos que se calculan. Teniendo eso presente, uno, desde su coche, ve que las motos le adelantan como balas..., como balas de una enorme ruleta rusa... Luego, el fin de semana deja efectivamente los muertos más o menos previstos, pero ya no impresionan como lo hicieron las profecías. Son muertos asumidos, amortizados.

lunes, 27 de marzo de 2006

Traviata

Definitivamente, el medio es el mensaje. Había oído, en excelentes grabaciones, la ópera de Verdi, pero hasta ayer, que tuve la oportunidad de verla, no la viví del todo, y eso que la compañía era sólo aceptable.

Lo mejor, para mí, es el primer acto. Allí se nos recuerda que la solución de la frivolidad no es, como creen los puritanos y los cenizos, el dolor, la enfermedad y la muerte. La verdadera solución es el amor. Lo otro vendrá después y por ley de vida; pero la solución es el amor.

Uno siente la tentación de salirse del teatro después de ese acto. Dejar así las cosas. Pasa como con Romeo y Julieta, que se diría que la tragedia es prescindible. Pero uno siempre se queda, porque la música lo merece. Y asiste, qué remedio, a ese padre de Alfredo, que es un Comendador mozartiano en versión burguesa. Cada vez que él, piadoso, nombra a Dios, perpetra una blasfemia.

domingo, 26 de marzo de 2006

Experimentos

Soy un ratón de biblioteca al que usan como rata de laboratorio.

El experimento consiste en sacarme continuamente de mi solitaria madriguera, que es donde estoy bien, para ver cómo me adapto a los ambientes más diversos en breves períodos de tiempo. Paso o me pasan sin solución de continuidad de un instituto con alumnos testosteronosos a graves tertulias intelectuales con profundos interlocutores y, luego, a alguna alta fiesta y, más tarde, a debates políticos que son más pesimistas e inútiles que otra cosa, y, también a eventos deportivos, y/o a viajes de placer (que así se llaman) y todo, todo muy muy rápido, sin previo aviso.

Los resultados del experimento son incontestables: me adapto mal.

sábado, 25 de marzo de 2006

Sobre "Sobre los ángeles"

Hace unos días, en Compostela leí un agudo comentario sobre la obra de Rafael Alberti, en el que se decía, entre otras cosas, que su obra de vanguardia es de retaguardia. Justo entonces, yo estaba leyendo Sobre los ángeles, y la idea me resultó iluminadora. Porque no es sólo que la estética surrealista pertenezca hoy a la historia, sino que incluso en su momento el libro, por detrás del barniz de vanguardia, era ya antiguo.

La crítica lo ha negado y sospecho que el propio Alberti lo intentó disimular, pero una lectura honesta no deja de ver en ese libro la vieja dialéctica jesuítica del pecado y la muerte del alma, de los poderes oscuros, de la perdición, de la nostalgia del paraíso perdido y la infancia angelical y buena… El libro narra una crisis espiritual bastante ordinaria y lo hace dentro de las coordenadas ortodoxas del catecismo del padre Ripalda o así. Y tampoco en su apuesta por la oscuridad venía a ser novedoso ni mucho menos: seguía el catecismo de Baudelaire.

Asumido este planteamiento, Sobre los ángeles es diáfano, y lo que pierde de halo de modernidad, lo gana en emoción. Hay algunos poemas y, sobre todo, muchos, muchísimos fragmentos que valen su peso en oro y compensan la necesaria paciencia que también hay que tener. Por ejemplo, éste:
"Gira deprisa el aire.
El mundo, con ser el mundo,
en la mano de una niña
cabe."

viernes, 24 de marzo de 2006

Zapatero no sabe latín

Aditum nocendi perfido praestat fides

[Lo dijo Séneca y se lo traduzco yo, por si le sirve: "Quien se fía del pérfido aumenta el mal"]

miércoles, 22 de marzo de 2006

La actualidad y Dante

Cuando la actualidad me desespera, leo la Divina Commedia. Me paso la vida, pues, leyéndola. (Leonor muchas veces me pregunta para qué comprar tantos libros —que no nos caben— si siempre vuelvo a unos pocos, los mismos.)

Lo cierto es que aquí y ahora el Más Allá de Dante me hace mucho bien. Es posible que él lo escribiese también buscando consuelo ante la triste situación de su amada Florencia, mucho más presente en sus versos que el platonizado amor por la sonrisa de Beatriz, ay, inasible.

Ayer atravesé el Canto XVIII del Inferno, donde se castiga a los mentirosos. Nos muestra a los aduladores, bañandos en mierda —lo siento: Dante es escatológico en todos los sentidos. En este pasaje, Dorothy L. Sayers, que escribió las más graciosas notas sobre la Commedia, observa que, si Dante hubiese conocido nuestra época, habría llenado a rebosar esta bolsa del Inferno con políticos demagogos, publicistas, periodistas… No sé, porque de mentirosos de todo tipo, el inicio del siglo XIV estaba tan bien surtido como el del siglo XXI.

La pregunta es por qué Dante escoge a los aduladores como arquetipo de los mentirosos, cuando son, parece, los más agradables. Quizá porque son los peligrosos, los que sí engañan. Y porque es la mentira en la que más tentados estamos todos de pringarnos, buscando ser simpáticos, moderados, políticamente correctos…

Desde el Inferno de Dante se entiende bien éste.

Las dos mejillas

AL final los que han quedado retratados con las caricaturas de Mahoma han sido nuestros políticos y sus intelectuales. Clamaron que las caricaturas sobrepasaban la libertad de expresión y que había que respetar mucho la sensibilidad religiosa; pero siguen subvencionando a cuantos se ganan una rentable fama de transgresores insultando al Cristianismo. Y vuelven a predicarnos que la libertad de expresión es intocable. ¿En qué quedamos? ¿La libertad depende de contra quién se exprese? ¿Habrá que recordarles, como hacía José Aguilar, que "o todos moros o todos cristianos"?

Lo sensato, efectivamente, es que la libertad de expresión y el respeto protejan siempre por igual. Pero no. Aquí pasa como lo que contaba Pío Baroja. A él, que se ganaba la vida regentando una panadería, le fueron con que el poeta nicaragüense Rubén Darío había dicho: "Baroja es un escritor de mucha miga: se nota que es panadero". Eso, al parecer, era muy gracioso. Cuando Baroja contestó: "Y Rubén tiene buena pluma: se nota que es indio", los presentes se indignaron. Allí aprendió don Pío que unos pueden gastar bromas y otros sólo soportarlas.

Hay que denunciar las diferencias de trato, sobre todo si benefician a los que recurren a la coacción. Resulta excesivo que, a raíz de una sola (y condenable) reacción violenta frente a las provocaciones sistemáticas de Leo Bassi, se nos quiera convencer de que las actitudes de una y otra religión son prácticamente iguales. Basta ver el telediario para constatar las diferencias. Y basta acordarse de los respectivos fundadores para comprenderlas. Mahoma, que fue un personaje de indudables méritos, justificó –a partir de la Hégira– la yihad. Jesucristo se sometió sin resistencia a las humillaciones de la Pasión. Antes, había dicho: "A cualquiera que te abofetee en la mejilla derecha, vuélvele también la otra".

Hoy por hoy, sus seguidores tratan (tratamos) de imitar su ejemplo inalcanzable. Hubo quien interpretó que Jesús habló de "la otra" para poner un límite de dos mejillas a la mansedumbre: el segundo bofetón ya habría que devolverlo. No es exactamente así. Ni tampoco como aquél que susurraba de un rival: "Ojalá se muera". Alguien le afeó la conducta y él se defendía: "Hombre, porque yo lo desee no va a pasarle nada. Si falleciera, no sería más que una feliz coincidencia". Ni malos sentimientos podemos abrigar los cristianos hacia los que se mofan de nuestra fe.

Eso no significa renunciar a la legítima defensa, como querrían algunos. Tenemos el derecho –y el deber– de exigir el mismo respeto (ni más ni menos) y de recordar a los políticos que a ellos les vota una mayoría pacífica de cristianos. También de mostrar la impostura de los que llaman arte a dar una lanzada, no al musulmán vivo, que la devuelve, pero sí a Cristo, indefenso, clavado en una cruz.

(Publicada hoy en el Diario de Cádiz y otros periódicos del Grupo Joly)

martes, 21 de marzo de 2006

España, bien moral

Por una vez he desobedecido a mi asesor en buenas maneras. No diré quién es porque para las personas elegantes salir en la prensa es una ordinariez, y la única que ha cometido ésta en su vida fue casarse conmigo. El caso es que me recomienda no adornar el coche con ningún tipo de aditamento, y, sin embargo, yo le he puesto una pegatina con la bandera de España. Y además he colgado una cinta con los mismos colores del retrovisor. No será lo más posh pero, en estos momentos, asumo cualquier descrédito con tal de dar mi pequeño testimonio de patriotismo.

A pesar de lo mucho que se discute sobre la noción de nación, las nacionalidades de las naciones y sus símbolos…, lo importante ya lo ha dicho el Arzobispo de Toledo, Antonio Cañizares, al afirmar que “la unidad de España es un bien moral”. Hace unas semanas Francisco Umbral le dedicó una peculiar columna de felicitación por su reciente nombramiento como cardenal. Allí contaba que Cañizares es hombre de pocas palabras. Si Umbral lo dice, será verdad; pero ¡qué palabras! Frente a la inflación de los discursos, la multiplicación de artículos, las entrevistas, los míticos mítines, la incontinente verborrea, él dejó claro el meollo del asunto en ocho palabras.

España es un bien porque es una realidad política y, sobre todo, cultural; y porque su historia ha sido, incluso con sus sombras, iluminadora. Y porque es un ámbito de solidaridad entre gentes que hemos creado unas estructuras comunes de justicia y libertad.

Algún católico nacionalista podría sentirse interpelado. En principio, nada obsta para que un buen católico sea también un buen nacionalista, que seguro que los hay. La Iglesia es absolutamente respetuosa con las posturas políticas de sus fieles. Pero esa libertad no dispensa a nadie de sus deberes morales. Las consideraciones de Juan Pablo II sobre los nacionalismos en Memoria e identidad son una impresionante llamada de atención. ¿Es legítimo reducir el ámbito de la solidaridad en vez de consolidarlo y extenderlo? ¿Puede imponerse una lengua a costa de los derechos individuales? ¿Vale mentir cambiando la historia? Un católico nacionalista, por ejemplo, no debe sacar la famosa pancarta de “Catalonia is not Spain” sencillamente porque es mentira. La pancarta tendría que rezar “I wish Catalonia weren’t Spain”.

Las enseñanzas de las breves palabras de Monseñor Cañizares son muchas más. La defensa de la unidad de España implica una defensa del bien y la moral, porque, en caso contrario, estaríamos incurriendo en una flagrante contradicción de efectos destructivos. Defender denodadamente a España y olvidar el aborto o la investigación con embriones es, a medio plazo, inútil. Y, finalmente, si España es un bien moral, su verdadero ser no está en los papeles de una ley sino en el espíritu de los españoles, en sus sentimientos, en su conducta y en su testimonio. Por eso he puesto la pegatina.

[Publicado en el semanario "Alba"]

domingo, 19 de marzo de 2006

Bienvenida

Nunca más educado el mar que cuando hay tormenta. Al menos desde la orilla. Nos asomamos y nos saluda -ola, ola, ola- agitando en su mano (oh viejo romántico) un pañuelito blanco.

viernes, 17 de marzo de 2006

Aldana en Chipiona

Ayer el Circuito Andaluz de las Letras me mandó a leer poemas a Chipiona. Creo que ni Trapiello sería capaz de ponerle un pero al acto.

El funcionario y las dos bibliotecarias eran encantadores, y ellas, además, guapas. El Concejal de Cultura tuvo la deferencia de no llegar demasiado tarde. Y de irse enseguida. Así que nos quedamos nada más que los que teníamos cierto interés por el acto, o sea, no muchos. Los justos.

El cámara de Tele-Chipiona era el único que me preocupaba, pero se sentó a escuchar con una sonrisa de atención que no es propia del gremio, que suele aburrirse bastante.El público, mayoritariamente femenino, era partidario.

Después de los poemas de uno, como ejercicio de humildad, el Centro Andaluz de las Letras exige que leamos a un clásico. El contraste se hace muy dramático, como es natural, pero la humillación me compensó porque leí a Francisco de Aldana. Me emocionó leer este enorme anacronismo:

Otro aquí no se ve que, frente a frente,
animoso escuadrón moverse guerra,
sangriento humor teñir la verde tierra,
y tras honroso fin correr la gente;

éste es el dulce son que acá se siente:
"¡España, Santïago, cierra, cierra!",
y por süave olor, que el aire atierra,
humo de azufre dar con llama ardiente;

el gusto envuelto va tras corrompida
agua, y el tacto sólo apalpa y halla
duro trofeo de acero ensangrentado,

hueso en astilla, en él carne molida,
despedazado arnés, rasgada malla:
¡oh solo de hombres digno y noble estado!
Los clásicos son la mejor manera de descansar de nuestra época. Eso se sabe. Lo bueno fue que esta vez el público se vino de vacaciones conmigo.

Y, finalmente, para rematar la teofanía (que diría el Marqués de Tamarón), cuando me puse a leer un poema religioso, se pusieron a sonar las campanas de una iglesia.

jueves, 16 de marzo de 2006

Aburrimiento

Como habrán adivinado por el título, esta columna va sobre los nacionalistas. Desde los cuentos de la buena pipa no habíamos visto nada tan aburrido. Siempre igual, obsesionados con lo suyo y su mecanismo bobo: exigen competencias que exceden la Constitución o la comprometen, el presidente se niega, ellos se enfadan, el presidente vacila, algunos como Bono o Ibarra protestan, los nacionalistas lloriquean y/o amenazan, los socialistas contestones se acallan, el presidente cede, la Comisión Constitucional ratifica…, y vuelta a empezar con nuevas exigencias.

Se podría hacer el documental más somnífero narrando como esto se ha repetido en nuestra democracia hasta la extenuación. (Hasta la extenuación también de nuestra democracia.) Los nacionalistas recuerdan a los niños mimados que lo consiguen todo. Ahora, ya crecidos, desarrollan el síndrome del emperador y, en justo pago, acaban maltratando a sus débiles progenitores.

Se hace tan pesado que resulta más estimulante divagar sobre el aburrimiento. Que por otra parte tiene su importancia, puesto que el ansia por escapar de él está en la raíz de nuestra vida pública y otras calamidades. Lo sabía el impagable Pascal cuando alababa a quienes son capaces de disfrutar tranquilamente en sus cuartos, sin inventar conflictos ni follones por pasar el tiempo. Lástima grande que casi nadie lea a Pascal.

Son follones interminables, además, porque el aburrimiento no tiene remedio. En el Diccionario del diablo, Ambrose Bierce define así los pasatiempos: “Un dispositivo para promover la depresión. Ejercicio suave para la debilidad intelectual”. El aburrimiento tiene algo de nudo corredizo, que cuanto más se intenta soltar más se aprieta. Hay, por ejemplo, quienes piensan que los libros lo alivian: son los que nunca leen. Un libro aumenta la diversión, que es exactamente lo contrario.

Y es que el aburrimiento viene a ser la cadena perpetua del aburrido. El problema, en realidad, es personal y no se arregla tanto cambiando de actividad como de actitud. Todo tiene interés para quien sabe mirarlo; nada para el que no. Un poemita de Javier Almuzara lo explica: “Mirando las nubes/ el hombre se asombra/ y el burro se aburre”. Y Max Jacob lo reafirma con un recuerdo de su infancia: “—Mamá, me aburro. —Hijo mío, sólo los idiotas se aburren…”

Esto me inquieta. ¿Será por debilidad intelectual que no le veo el chiste a los nacionalistas? Desde luego, es posible; aunque tampoco quisiera acercarme mucho a ellos, porque el aburrimiento se contagia. A los aburridos, los colombianos, que hablan el mejor español del mundo, les llaman aburridores. Qué acierto. Sin ir más lejos, observen a Zapatero, que era un político que vendía ilusión al por mayor, y que desde que lleva dos años tomando café con esa gente, ha dejado de dedicarse a lo que de verdad nos interesa. Ahora se pasa las noches con la reforma del Estatuto. Ufff.

(Columna publicada en el "Diario de Cádiz")

Caballero Bonald

Manual de infractores
José Manuel Caballero Bonald
Seix Barral, 2005

El título de este poemario es un oxímoron, pues resulta extraño que a los aspirantes a infractores se les proponga un manual. La cosa chirría más si se recuerda que el autor es Caballero Bonald, poeta prácticamente oficial, como demuestran su flamante Premio Nacional de las Letras o su pública Fundación.

Da mucha risa, por tanto, leer lo que declaraba a “El País” del 22 de octubre de 2005: “El libro se iba a llamar La desobediencia, un título que recoge bien su tono libertario. Yo aspiro a que este Manual sea incluido en la lista de libros prohibidos por parte de las personas de orden, de los biempensantes, porque lo escribí contra la norma, contra los gregarios y los obedientes.”

Epatar al burgués es el divertimento —por supuesto, rentable— de los burgueses de hoy. Estas circunstancias añaden al poemario un valor extra como documento social. El pensamiento progresista ha oficializado la retórica revolucionaria, imponiendo el deber de la infracción. En este libro se pueden ver textos ácidos y, por eso, políticamente correctos, como Secta” (“Líbrate, compañero,/ de esas iglesias y esos mentecatos”), “Bienaventurados los insumisos” o “Deprecación” (“Sálvame del irreprochable y sus acólitos”).

Nada de esto es, contra lo que podría pensarse, independiente de la emoción que transmite (o no) una obra. El personaje poético tiene que ser atractivo y sus posturas, aunque no sean personalmente las nuestras, han de ser asumibles. Lo explica Carlos Bousoño en su impagable Teoría de la expresión poética. En el Manual se hace un poco cargante la autosatisfacción del poeta, especialmente contento con sus errores: “soy aquel que se jacta de haberse equivocado”. Qué diferencia con los dolientes versos de Luis Rosales: "sabiendo que jamás me he equivocado en nada, /sino en las cosas que yo más quería.” Los poetas autobiográficos, si no marcan cierta distancia consigo mismos, corren el riesgo de caer en el autobombo.

En la contraportada del volumen se nos ofrece otra clave de lectura cuando se señala: “el despojamiento ornamental y la síntesis analítica”. Ciertamente, si se compara Manual de infractores con textos anteriores de José Manuel Caballero Bonald, hay un avance hacia la sencillez. Pero ocurre que ningún lector compara el lenguaje de un poema con el código de anteriores volúmenes, sino con el normalizado o, como diría Antonio Machado, con lo que se habla en la calle. Este libro continúa siendo —aunque menos— muy retórico y ornamentado. Se le agradece, en todo caso, el esfuerzo y, desde un punto de vista teórico, el reconocimiento implícito, desiderativo, de que en la naturalidad se encuentra la verdadera poesía.

Como soy un hombre de orden y obediencia, supongo que a Caballero le gustaría que incluyese Manual de infractores en un índice de libros prohibidos, pero no es para tanto. Aunque, el poemario es (y se hace) largo, de vez en cuando, entre una inmensa mayoría de poemas correctos, escritos con oficio, brillan algunos momentos elegíacos o metapoéticos (“Desacuerdos póstumos”, el final de “Desventuras de la virtud”, “Azotea” o “Noche de alabastro”) que merecen la pena. Así acaba, por ejemplo, el poema “Madinat al-Zahra”:

“Quien ahora pasea entre escombros y atisbos / inusitados de belleza, musita de repente / una plegaria justiciera: dejad / que las ruinas perpetúen su rango de ruinas, / que las piedras repelan a otras piedras innobles, / dejad piadosamente / que los muertos entierren a sus muertos”.

[Se publicó en "Poesía Digital"]