martes, 11 de abril de 2006

La poción mágica

Los efectos no duran mucho. Por eso hay que tomarla con frecuencia. Me refiero a la cultura verdadera. Ante una obra realmente buena uno siente cómo la vida le cambia de raíz, y grandes deseos de hacerse digno de lo que ha visto u oído o leído… Pero pasan las horas y los efectos se van debilitando. Cuando leo la Summa Theologica, al menos durante un cuarto de hora después, soy mucho más inteligente. Luego, se me pasa. Por su parte, el observador Julián Marías repetía a menudo que las novelas eran “vitaminas de vida biográfica”, en un sentido, pienso, muy parecido al de mi poción mágica. Ahora yo escribo esta nota bajo los efectos de Ordet, de Dreyer, que vi ayer por la noche, pero sé que pronto mis buenos propósitos se irán desvaneciendo como el humo, poco a poco, hasta que apenas quede un recuerdo débil y vuelva a ser un creyente rutinario, incapaz de rezar por una resurrección, aunque sea la mía... ¡Afortunadamente, hay muchas marmitas de poción mágica!

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Es exactamente mi experiencia. Lo de sentirse más inteligente, o piadoso, o receptivo, durante quince minutos, o quince horas. Y vuelta a empezar. Pero algo es algo (afirmación más importante de lo que parece, si no, confróntese el Santo Tomás de Chesterton).

E. G-Máiquez dijo...

Si algún internauta se descuelga por estos comentarios, aprovecho la ocasión para decirle que esté atento a las observaciones de Beades, verdadera estrella invitada a mi blog tormentoso.
En un comentario a "La ventana indiscreta" dice, con cierto retintín que a quien no me conozca quizá se le escape, que "nada urbano me es ajeno"; y está el tío, como quien no quiere la cosa, perfilando mi retrato mejor de lo que yo lo he hecho. Sus despegados comentarios a la Semana Santa también tienen mucha miga.
Y luego está este comentario, y su final, que no quiero que se le pase desapercibido a nadie. Efectivamente, "algo es algo" y eso nunca es poco y, sobre todo, nunca es nada, gracias a Dios.

Anónimo dijo...

Sobre los quince minutos posteriores a la lectura. De pronto he recordado que nosequién decía de Borges que vivía "en estado de literatura". ¿Por estar siempre leyendo?(y, más tarde, con la ceguera, ¿siempre oyendo a un lector, o componiendo de memoria?) ¿O por que todo lo veía a través de los libros, como una celosía, temeroso del mundo exterior?

Quizá la solución sea que la cita es un tanto exagerada. Pero fíjate. Si en esos quince minutos empezáramos otro libro, la cadena no se rompería. Aunque tengo un amigo, filósofo él, que cuando éramos compañeros de E.G.B. me contaba sus hábitos: una semana leía, y otra la dedicaba a reposar la lectura y pensar sobre ella, en su "sillón de pensar" o paseando por el parque. Yo, en cambio, me doy unos atracones, que he llegado a creer en la "indigestión literaria". La sensación es de no asimilar, pero tampoco poder parar. Soy un lector rápido, demasiado incluso. Y hacer reseñas me viene muy bien, porque me expreso más claramente de lo que pienso. Y así me entero de lo que pienso.

¡Fíjate la hora que es! Y yo enganchado a la red (como un operario torpe de algún circo...)

E. G-Máiquez dijo...

Hiperactivo Beades —mon semblable, —mon frère!; igual que tú no paro, y también las reseñas son el reposo que me tomo y el reflejo en que me veo...
Otras veces, como tu amigo filósofo de EGB, reposo las lecturas, pero no por un plan preconcebido, sino porque la vida, de vez en cuando, me arrastra al sillón de pensar (o al lecho de Procusto) y me tiene unos días sin leer, ay.
[Gracias por convertir mi tormenta de ideas en una tertulia de amigos.]