martes, 30 de septiembre de 2008

Adiós

He leído este aforismo de JRJ con la admiración de siempre y con un inmenso afán de emulación. Se titula “Adiós” y dice:

Si yo pudiera haría un viaje indefinido a América del Norte, país donde me encuentro tan a gusto, para darme cuenta de la verdadera dimensión de España y para, perdido lo pequeño, amarla más. Esto no me es ahora posible, y voy a hacer el viaje idealmente recojiéndome, apartándome, aislándome en casi todo.

Ruego, pues, a los escritores y artistas jóvenes que me distinguen con su frecuencia, que no lo tomen a menosprecio, que me consideren ausente, que si les interesa mi trabajo, inventen correspondencias más profundas y sutiles que la visita y la carta innecesaria. Yo compro siempre los libros que me interesan o me gustan. De modo que tampoco se consideren obligados a enviarme sus cosas; que nuestra relación quede reducida y ampliada a nuestra obra objetivada. La mejor amistad estuvo siempre sustentada por la ausencia o la muerte.

La cita es larga pero perfecta. Lo que no es perfecto es mi afán de emulación, porque no lo necesito. A mí no me visitan los escritores ni los artistas jóvenes, ni me envían nada. De manera que lo que le envidio a JRJ no es la soledad —que ya la tengo, por su gusto y el mío—, sino el jesto torero de dar un portazo como el que pega media verónica.
Tampoco me hace falta, para amar más a España, irme a América.

En fin, que estoy mejor que quiero.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Chesterzal

Paré en una estación desconocida de un país ajeno, en un andén vacío en mitad de la noche. Y todo aquel desamparo era mi casa.


*
Este aforismo (o microcuento) de Carlos Marzal bien podría haber sido una novela de Chesterton de no ser por la palabra “desamparo”. Si llega a poner deslumbramiento…
Pero, bueno, no todos tienen que hacer magia con la literatura y para un lunes pues no está mal.

domingo, 28 de septiembre de 2008

La conjura de La conjura de El Escorial

Entre mi amor por la Historia de España y la desazón que me causa el cine español, ganó la Historia, y he ido a ver La conjura de El Escorial. A la película la salva eso: el eco de nuestro pasado, la arquitectura de El Escorial y un magistral trabajo de vestuario. El guión, como de un Pérez-Reverte alicaído, permite vislumbrar retazos del Siglo de Oro y da una excusa para la ambiciosa ambientación. No es poco.

Hay que pagar, por supuesto, el peaje a nuestro cine. Primero, a sus actores poco convincentes. Qué diferencia los extranjeros (Julia Ormond, sobre todo) con los indígenas. De la sobreactuación nacional se salva con mucho mérito Juanjo Puigcorbé y, a medias, Rosana Pastor. No anda fino el director con el enamoramiento entre el viejo alguacil y la joven morisca, bañado en aguamiel, ni con las escenas de acción, de inspiración más bien circense. Pero lo más cine español es cuando el dispensador oficial de venenos aparece practicando la sodomía sin venir a cuento, cuando los malos se reúnen para conspirar en un concurridísimo burdel o cuando la princesa de Éboli se nos desnuda un momentito delante de todo el pelotón que acude a detenerla.

A bote pronto, lo que más molesta de esas escenas es lo innecesario y lo inverosímil. A uno, algo cinéfilo, le irrita muchísimo más que un destape una incoherencia argumental. En las películas el tiempo es oro, un bien escaso que no conviene desperdiciar yéndose por los cerros de Úbeda o por los harenes de Estambul.

Luego, pensándolo mejor, me he maliciado que tal vez La Conjura de El Escorial esconda una sutil conjura de ultratumba orquestada por el mismo Felipe II o por alguno de sus inquisidores. Esas escenas digamos rompedoras están siempre protagonizadas por los más villanos de los villanos y son objetivamente desagradables. El homosexual, sadorracista, por cierto, dispensa venenos mortíferos como quien vende sugus, sin la menor sombra de remordimiento; la cuadrilla de asesinos del lupanar, además de asesinos, son unos chapuceros de la escuela Pepe Gotera y Otilio; y la Princesa de Éboli, que traiciona a su rey y a su país por la pela, es una adúltera con modales de verdulera (y que me perdonen la frase hecha todas las señoras verduleras). No me extrañaría nada que el lobby gay o la Vicepresidenta del Gobierno encabezaran una protesta contra esta película que, queriendo o sin querer, deja rematadamente mal a todos los progresistas.

sábado, 27 de septiembre de 2008

Tercera fase

La vida es una mudanza permanente, dicen. Y las mudanzas lo simbolizan como nada, como es lógico. Las mudanzas, que no terminan jamás. Claro que tampoco empiezan casi nunca, porque las obras se retrasan y uno tiene sus cajas preparadas desde seis meses antes. Ésa es la primera fase. La segunda es la tradicional, con sus esforzados transportistas arañando las paredes recién pintadas y dejando en el suelo las lámparas hechas añicos.

Como todo llega, al final uno se instala en la nueva casa. Uf. Y tras dos semanas de desazón, empieza a sentirse cómodo. No lo parece, pero es un momento peligroso: el agotamiento psíquico y físico de las dos fases previas invita a dormirse en los laureles, a meter las cajas que quedan por abrir en un cuarto y a cerrar por fuera, a ser posible con llave.

Entonces se filosofa: Oh cuántas cosas que no echo de menos se esconden en ese montón de cajas, y acaricia uno la idea de no abrirlas jamás, y escribir sobre ellas una oda a la vida sencilla.

Pero la vida no es sencilla, mudamos un día de parecer y entramos en el cuarto. Sucede un cataclismo emocional. A medida que van saliendo de las cajas esas cosas superfluas, sin las que hemos vivido en la gloria cuatro meses, nos emocionamos. Nos traen recuerdos, fotos, discos, viejos regalos sorpresa. Son un vínculo con nuestro pasado y una enseñanza: no sólo de lo necesario vive el hombre. Hay cosas que resisten a las mudanzas perpetuas.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Procrastinación

Hace muchos años que Dios tenía que haber ordenado el fin del mundo. No le gusta que los ángeles exterminadores se lo recuerden, porque le entra la mala conciencia, aunque enseguida se olvida. Estuvo varios meses paralizado, pendiente de que un poeta menor encontrase una rima para un soneto, que la tenía en la punta de la lengua. No la encontró y el poeta se pasó al verso libre. Entonces Dios se entusiasmó como un muchacho con unos huevos de petirrojo, allá en la verde Inglaterra. Se le iban los días asomándose al nido para sorprender a los polluelos saliendo del cascarón. Tiene debilidad por los primeros pasos de los niños, y por los de los ancianos. A veces, con el Arcángel San Gabriel, que es su confidente para asuntos del corazón, se ha preguntado si podrá poner la atención requerida en cada agonía cuando mueran todos los seres humanos del mundo a la vez en el Apocalipsis total. Gabriel le contesta que por supuesto, que Él es Él; pero Él dice: “no sé, no sé, mejor ir poco a poco, sobre seguro”. Y se va corriendo, antes de que se le haga tarde, a acompañar a Alberto, que espera a su novia en el portal, como todas las tardes.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Suspense

En la página 33, en la anotación correspondiente al viernes 31 de mayo de Autorretrato con radiador de Bobin, se lee esto: “Mozart escribe en relación a uno de sus conciertos: ‘Es brillante, pero está falto de pobreza’”.

Pasé la página casi con los ojos cerrados, sobrecogido por el suspense, esperando que Christian Bobin hubiese sido tan brillante como para no añadir nada. A la vuelta de la hoja, una pequeña alegría inmensa: Sábado, 1º de junio.

martes, 23 de septiembre de 2008

Una lección

En cuanto supe que Andrés Trapiello preparaba una antología de los aforismos de JRJ, me pregunté si rechazaría o no éste: “Detesto y me parece cosa de tontos eso de las ‘primeras ediciones’. No me cuidaría nunca de buscarlas. A mí las que me interesan son las ‘últimas’, las ‘definitivas’”. Y no lo ha rechazado, aquí está en pág. 59 de su JRJ de La Veleta, Granada, 2007. Se mire por donde se mire, tiene su mérito.

Banderitas

En mi casa, el Ministerio de Asuntos Elegantes lo lleva mi señora. Ella es la que decide qué camisa me pega, qué tapicería conviene en un sofá, qué expresiones mías son demasiado, digamos, coloquiales y cómo se comen los espárragos. Yo, en líneas generales, obedezco, como es natural, y me va bien. A veces, mis alumnas me dicen: “Hoy no le ha vestido su mujer, ¿verdad?”, y aciertan.

Lo cuento para que entiendan ahora mi heroísmo. Ella declaró que llevar un cinta con los colores nacionales colgando del retrovisor del coche no es elegante. Sin embargo, yo la he puesto. En la situación actual, ejercer de español me parece necesario, aunque cueste y entristezca tanto. Encima, mi cinta al principio era feúcha, pues la compré clandestinamente en una mercería deshilachada. Luego, un amigo se apiadó y me regaló una Medida de la Virgen del Pilar, que es otra cosa.

De resultas, me fijo mucho en las banderitas que cuelgan de los coches. Cuando encuentro a otro con otra me siento muy solidario y le perdono sus maniobras torpes, si es el caso, o su lentitud exasperante, si lo adelanto, o su alocada velocidad, si me adelanta. Uno con una pegatina de España ayer me quitó un aparcamiento, y no me importó apenas.

Moraleja: igual podría ser un buen método adivinar en cada persona que me cruzo la banderita de hijo de Dios, que es otra de las mías, aunque todavía no la haya colgado del retrovisor. A ver.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Escombros

Las luces del camino hay que clavarlas en la tierra. El electricista protesta de los albañiles que dejaron el jardín lleno de escombros de la obra. Donde tiene que clavar una lámpara se da con un ladrillo o una torta de cemento, y ha de buscar una azada y ponerse a escarbar. Él y yo nos indignamos juntos un buen rato —cobra por horas— de lo mal que hace la gente su trabajo, de la falta de cuidado y de respeto, etc. Al final de la mañana, con la fuerza que le da la indignación, consigue poner todas las luces. Le pago. Se va enseguida. Y cuando estoy volviendo de acompañarle a la puerta, compruebo que ha dejado el camino lleno de las mondaduras de colores de los cables y de las bolsitas de plástico donde venían las lámparas. Vaya.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Peña, ¿se despeña?

Teselas (Rapsoda, Jerez de la Frontera, 2007) no alcanza la altura media de Letras flamencas (La Veleta, Granada, 1995) o de Nuevas letras flamencas (Pre-Textos, Valencia, 2000). Sin embargo, no se despeña. El libro tiene unas cumbres que hacen que la escalada merezca la peña. Disfruten de la vista:

Al olor del jazminero
viajo al patio de mi casa.
Yo ni siquiera he nacido,
mi abuela es una muchacha.

*

Cuántas veces la vida
se nos escapa
por no hallar las palabras
donde guardarla.

*
Un sueño, si no se cumple,
es una estrella que espera.
Un sueño cumplido es
un peldaño de escalera.

sábado, 20 de septiembre de 2008

viernes, 19 de septiembre de 2008

Moscas

A veces nos inspiran las musas, a veces las moscas. Y sería maravilloso que eso no tuviera nada que ver con el resultado final. Ojalá, porque yo ahora escribo directamente inspirado por una cantidad impresionante de moscas.

He salido a leer al campo, llevado en volandas por la imaginería virgiliana. Oh amenos prados de flores llenos, luz de mosto y de membrillo de septiembre, pámpanos barrocos, lomas soleadas, salomónicos olivos… Me imaginaba un garcilaso de la vida, pero el campo real recuerda sólo vagamente al de los libros y los cuadros. Me senté sobre un hormiguero, salté de un brinco, donde no las hormigas picaba el sol, la sombra del pino no era segura con tantos alegres pajarillos encima… Y sobre todo en todas partes zumbaban las moscas fatales de final de verano, rebotando idiotas en el cristal del aire, posándose curiosas, incansables, sobre uno.

Hace tiempo, en mi despacho, escribí este aforismo: “Las moscas, mensajeros alados, me recuerdan mi exacta condición”. Pero aquí, cara a cara, las moscas me recuerdan mi despacho. Y de paso la importancia de la buena literatura. Si no hubiera sido por Virgilio, estaría en él, con las musas, no arrastrando los pies por el polvo de los caminos rurales. Qué bien si algún poeta convincente hubiese escrito al beato sillón, o la égloga del aire acondicionado, o la hermosa sinfonía, ay, de los insecticidas.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Primer párrafo de la novela que no escribiré

Comprobó los grifos uno a uno, giró dos veces la llave del gas, cortó la electricidad, bajó las persianas y describió otros círculos por la casa, ya sin objetivo concreto. Abría los cuartos, se asomaba a los armarios. Mientras tanto, miraba el reloj a intervalos regulares, como si fuese un segundero. De pronto, se dirigió a la puerta de la calle con cara de determinación; se tanteó nervioso los bolsillos: primero el derecho para ver si llevaba las llaves, sí, después el izquierdo para palpar el móvil, sí, el de atrás para asegurar que tenía su cartera, sí, y finalmente el bolsillo de la chaqueta, de donde sacó de nuevo el billete de avión, que volvió a leer con atención, sí, sí. Todavía tenía tiempo, pero mejor iría con tranquilidad. Suspiró, salió y cerró. Le estremeció entonces una aguda nostalgia por lo que quedaba atrás (cuarenta centímetros atrás) y presintió que lo mejor del viaje llegaría cuando abriese de nuevo esa puerta.

martes, 16 de septiembre de 2008

Wall-E

Si no tienen hijos, búsquense un sobrino, pero no se pierdan Wall-E, la última de Pixar. De principio a fin no tiene desperdicio, y subrayo lo del fin, porque cuando salen las letras de crédito, con unos dibujos que recrean la historia de la pintura, mientras suena una canción preciosa, la película se redondea del todo. Hay que tener cuidado porque a esas alturas sus vivaces hijos o el inquieto sobrino querrán levantarse a desfogar su entusiasmo y pueden dejarles sin verlo. Lo digo por experiencia.

Como no quiero chafarles del todo el argumento, me ceñiré a dos imágenes. Wall-E, el pequeño robot elemental y oxidado, al enamorarse de Eva, comprende las diferencias: ella es brillante, moderna, misteriosa, letal y vuela con la elegancia de una golondrina. El pobre hombre, quiero decir, el robot, está a ras de tierra y hace lo que puede por empinarse. Yo veía la película, además de con el sobrinito de rigor, con mi mujer, y me sentí muy solidario con los ímprobos esfuerzos de Wall-E.

Más tarde, sin embargo, gracias a la ingravidez espacial y a un extintor de incendios, Wall-E vuela y baila con Eva. La película, que tiene sus dosis de épica, de humor, de crítica utópica clásica incluso, alcanza en esas dos secuencias un inolvidable lirismo del bueno, que no es ni cursi ni fácil. El amor nos iguala a la amada (y viceversa), y nos eleva. Del cine nosotros salimos flotando.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Formación Religiosa

Ayer hubiera sido un día estupendo para comentar el único suspenso del pequeño Nicolás, mi sobrino de 6. Fue en religión, o en Formación Religiosa, como le llaman ahora con horrible nomenclatura. A mí me ha hecho gracia porque soy su tío y estoy para eso y porque religión fue lo único que suspendí yo en el colegio. Bueno, y otra vez gimnasia, cuando hubo que saltar el plinton, y objeté a conciencia.
Llevando al pequeño Nicolás a ver Wall-E, le saco el tema:
—Me he enterado de que te suspendieron religión…
—Y saqué tres sobresalientes en otras y muchos notables.
—Ya. A mí en tu cole también me suspendieron religión.
—¡Anda!
—Fue porque no me sabía el Credo. Y a ti, ¿por qué?
—El profe de Formación Religiosa me preguntó por qué Jesús, mientras lo mataban en la cruz, murió perdonando y queriendo a todos.
—Y tú, ¿qué contestaste?
—Que no me lo explico.

domingo, 14 de septiembre de 2008

José Julio Cabanillas

...........................LA ESPORTILLA

En Diciembre, antes del sol, las aceitunas. Caen negras y jugosas sobre el mateo. Un hombre varea las ramas: rodilla en tierra las mujeres las ponen en la espuerta. Luego ruedan sobre la criba alta y de allí a la almazara. A mí me han regalado una espuerta pequeña, casi un juguete, de pita blanca. Y con el sol, al olivo. Las aceituneras están hablando; me abren un hueco entre ellas, y al tajo. Estas mujeres se ríen por cualquier cosa; lanzan puyas al vareador: —¡A ver hasta dónde llegas! Se dan un codazo y guiñan y se ríen; se ríen hasta del mismo frío, se ríen en las barbas mismas del invierno.


El sol ya está algo y calienta; ya pasó lo peor. Las manos rojas, agrietadas, van con prisa del mateo a la espuerta una y otra vez. Parece que bailasen y las ramas se mueven a compás y el vareador mira. con intención, a una muchacha bonita. Es la única fiesta, cada invierno, que tienen los olivos. Les alivian la carga y luego, ya desnudos, pasan los meses solos, en muchedumbre igual, en hileras monótonas.

Mi abuelo me ha prometido que me dará diez céntimos por cada espuerta que llena. La muchacha morena, a mi lado, me echa un puñado de vez en cuando. Pero eso es un engaño y le digo que no muy serio, y ella se ríe. Debo tener, sin duda, la seriedad de un asno y el luto largo de un juez. Me pone otro puñado en la espuerta y ser ríe.

No la volví a ver más. Al día siguiente me tocó otra cuadrilla. Ni siquiera le pregunté su nombre y ahora me quema. Aceitunera de las madrugadas, te quitaste lo tuyo—y lo tuyo era poco—por darme tu alegría. En aquella pobreza—día largo, jornal corto—besaste a un chiquillo justiciero, a un don Quijote que detesta el engaño, aunque apenas lo entiende y no puede arreglarlo. Si alguna vez don Alonso Quijano, el loco, el bueno, sale de Sierra Morena, se vendrá aquí, al sur, a estos olivos. Sobre el caballo enclenque, con la adarga vareará para ti sola estas aceitunas. ¿Te reirás entonces de su triste, disparatada figura? Que él te lo pague todo. Muy largo te lo fío, es verdad: yo no he sabido hacerlo.
[La luna y el sol, Númenor, Sevilla, 2006]

sábado, 13 de septiembre de 2008

La Guerra de los Estores

No hace falta ser Lord Peter Wimsey ni Sherlock Holmes ni Hercules Poirot ni el Padre Brown ni el inspector Colombo ni Miss Marple ni Philip Marlowe ni Kurt Wallender para averiguar quién fue el último que estuvo en una habitación de mi casa. Si están subidos los estores y las cortinas abiertas, fui yo el último en pasar por aquel cuarto; si los estores están bajados del todo, fue mi mujer. El enfrentamiento entre los partidarios de la luz callejera y los partidarios de las sombras góticas ha llegado a unos extremos que podríamos calificar de bélicos.

Tampoco hace falta ser adivino para saber quién está ganando la guerra ni quien la va a ganar. Además de la ventaja que da el camuflaje de llamarse “sexo débil”, que ya es recochineo, en este conflicto se unen una serie de factores técnicos, estratégicos e ideológicos que hacen aún más segura mi derrota, si cabe.

Tecnológicamente, los estores de nuestra casa son mucho más fáciles de bajar que de subir. En parte por la famosa ley de la gravedad y en parte porque al subirlos se enganchan con el picaporte y hay que volverlos a bajar un poco, separarlos entonces de la ventana con la mano izquierda y tirar de la cadenita con la derecha. Una lata. Bajarse, en cambio, se bajan del tirón.

Encima mi sagaz esposa ha jugado mejor sus bazas diplomáticas. Ángeles, la asistenta, es aliada suya incondicional. Yo sospechaba que la había sobornado, hasta que después de un hábil interrogatorio se ha ido haciendo la luz (en mi cerebro, no en la casa) y he descubierto que hay una profunda razón antropológica para el empeño titánico de ambas. Las mujeres valoran más el pudor que las vistas a la calle; más la intimidad que el brillo.

Haber captado la idea me hace más vulnerable todavía, pues, aunque sigo prefiriendo las ventanas de par en par abiertas, no dejo de enternecerme con los entrañables motivos del desmedido amor a la semioscuridad de mi mujer. Ella concibe el hogar como una penumbra íntima y mullida, abrigada por las sombras. Cuando uno entiende a su mujer, está perdido.

Como consuelo me queda, al menos, haber desentrañado el misterio de las últimas palabras de Goethe, que tanto han intrigado a la humanidad desde su célebre agonía. El gran hombre murió gritando: “Luz, más luz”, el pobre.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Décimas

Zapatero ha acudido al Parlamento a proclamar que no tiene medidas para la crisis (cuando las medidas son de infarto, 90-60-90, podríamos decir para animarnos un poco el subconsciente), pero que se apresura a traernos esperanza, no a la Aguirre, por supuesto, sino la tercera virtud teologal, dicho sea con perdón. Yo me he acordado de una décima de Nicolás Guillén, poeta cubano de la color de Obama, aproximadamente. El gran vate popular cantó a la patrona de la isla por guajiras así:

Virgen de la Caridad,
que desde un peñón de cobre
esperanza das al pobre

y al rico seguridad.
En tu criolla bondad,
oh, madre!, siempre creí,
por eso pido de ti
que si esa bondad me alcanza,
des al rico la esperanza,
la seguridad a mí.

Décima que para nuestro país laico, aconfesional y anticlerical tendríamos que traducir de la siguiente manera:
Oh, Zapatero, que das
la confianza que te sobra
a los pobres y a las pobras
y al PSOE seguridad.
En tu talente y bondad,
ZP, nunca creí,
pero si eres bueno y si
esa tu bondad me alcanza,
da al PSOE la confianza,
la seguridad a mí.
Releo las dos versiones y, qué quieren que les diga, me quedo con la de Nicolás Guillén. Soy tan recalcitrante que prefiero acogerme —antes que a lo que Zapatero me prometa— a lo que la Virgen de la Caridad quiera darme en su criolla bondad. Aunque también, quizá, porque hablar de décimas con esta crisis de fiebres amarillas es quedarse muy corto.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Notas para un parábola

En la retaguardia, en la gran ciudad, la vida era tristísima. Las viejas sonrisas se habían helado en los labios, la radio no daba más que noticias —a veces buenas, a veces malas— y las gentes se arrastraban apesadumbradas con el recuerdo de los muchachos que se estaban dejando la vida en el frente.

En el frente, los muchachos, se dejaban la vida, y también cantaban canciones ligeras, recitaban “La balada del caballo blanco”, se reían, apuraban el sabor recio del riesgo, del miedo, del compañerismo y de sus petacas de whisky.

Cuando volvían a la ciudad de permiso o convalecientes, les rodeaba un nimbo. No era sólo el aura del heroísmo, sino la luz de una felicidad íntima y elemental.

Al principio, a la guerra iban los pobres mozos de reemplazo y algunos patriotas extravagantes y risibles. Poco a poco, fue aumentando el número de voluntarios, que acabó siendo una muchedumbre. Quizá nadie lo supo nunca, ni ellos mismos, pero esos voluntarios sobrevenidos desertaban de un vacío, buscaban el arrimo a la felicidad, un poco de frivolidad a ratos. O nadie lo supo o no se dijo; y en cualquier caso no importa, porque la felicidad es sólo otro nombre —con más fortuna publicitaria— del cumplimiento del deber.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Isabel Escudero

Resultaría muy ilustrativo comprobar si el puñado de poemitas de Fiat umbra que me parecen extraordinarios a mí coincide con los puñados escogidos por otros lectores. Podría suceder que no, que Isabel Escudero hubiese lanzado al aire, como un sembrador parabólico, sus versos, y unos hubiesen arraigado en el pecho de uno, y otros en los de otro, al borde del camino. Pero dejemos ese experimento relativista para mejor ocasión, pues conviene que el crítico se crea en posesión de la verdad y hable ex cathedra. Así que vamos...

domingo, 7 de septiembre de 2008

Orgullo Joly

A veces uno asume demasiado rápido la soledad del escritor de fondo y, de pronto, descubre con indecible alegría que está jugando en equipo. Miren (y piensen) los dos chistes que se publicaban ayer en todos los periódicos del Grupo Joly, que es mi club digamos. Éste de Miki & Duarte:

Y sobre todo éste, tremendo, extraordinario, de Esteban. Fíjense en "El Gobierno de Guadaña", que tendría que habérseme ocurrido a mí, pero mucho mejor a él, claro.

Estoy como el portero, que celebra de lejos y eufórico los goles de los delanteros. Aunque el tema, por supuesto, no es para muchas celebraciones. Pero por eso mismo, más.

sábado, 6 de septiembre de 2008

Borradores y bañadores

Me he pasado el verano en paños menores. Para colmo, en paños menores metafóricos, no sólo analógicos. Los analógicos son los trajes de baño, cada vez más parecidos a la ropa interior por un proceso de acercamiento mutuo y consenso. Los bañadores reducen su tamaño mientras que la ropa interior adopta colores vivos y diseños italianos. A pesar de los vivos colores, a partir de cierta edad, uno mejora vestido de invierno riguroso. En esto al menos que se acabe el verano no me entristece tanto.

Yo venía a hablar de los paños menores metafóricos. La idea es del escritor Carlos Pujol: “Quien enseña un borrador se muestra en paños menores”, y es verdad. Este verano lo he comprobado en mis propias carnes. Aprovechando las vacaciones del instituto, me he puesto a trabajar. Tenía que entregar, entre otros encargos, un libro en septiembre. “Corregir es el segundo turno del talento”, asegura Andrés Neuman. Después de aplaudir el talento de Neuman, yo añadiría que también es el segundo turno del tormento. Uno ve crudamente sus carencias y defectos, y siente que ni en sueños llega a dónde sueña.

Entonces acudo a mis amigos y me pongo en paños menores: les enseño mis manuscritos, rogándoles que me arropen con sus correcciones. Ellos leen mis cosas y encuentran enseguida, ay, las faltas de ortografía, las faltas de sintaxis, huy, y las faltas, uf, de lógica. Es un mal trago para ellos que me tienen que poner en evidencia y un mal trago para mí, que quedo como Cagancho en Almagro. Todos tragamos, sin embargo, pensando en la literatura, que merece el sacrificio. Lo importante es que al final al lector no empiecen a explotarle los anacolutos en las manos.

A mí, naturalmente, me gustaría que mis mejores amigos me admiraran mucho. Pero igual que voy a la playa en bañador asumiendo el desprestigio porque mi mujer es una gran aficionada a las olitas del mar, así paso la vergüenza de los borradores con tal de que mi libro resulte mucho mejor que yo. “Oscuro el borrador y el verso claro”, nos recomendó Lope, y uno se oscurece y borra lo que haga falta. Si vengo aquí a consolarme un poco, es porque sé que ustedes, acostumbrados a la confesión sacramental y tal vez a la dirección espiritual, saben muy bien de lo que hablo.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Postvacacional

Lo decía mi madre: “No es tan malo volver al cole: verás a tus amiguitos”. Yo lo he recordado hoy, treinta años después, en el Instituto, al reencontrarme con los otros profesores, mis colegas. La primera sesión del estrés postvacacional consiste en oír las vacaciones de cada uno.

Los más exultantes son los que este verano sacaron la oposición. Luego, los que han visto mundo, que a su vez se subdividen en dos: los plastas y los inspirados. Los plastas, después del viaje, te enseñan un viaje de fotografías suyas con pequeños monumentos detrás. Las dos o tres primeras están bien. Los inspirados, que en esto, como en todo, son los menos, te transportan con su entusiasmo y sus narraciones ajustadas. Uno hablaba de Egipto tan bien —en los dos sentidos de la palabra—, que me recordó cómo en el exilio mexicano, cuando no tenían dinero para ir al cine, pagaban entre todos la entrada al pintor Ramón Gaya, que contaba después la película como nadie. A mí —por lo oído— Egipto me ha gustado mucho.

Y están los que han tenido un verano malo: enfermedades, disgustos, suspensos en las oposiciones… El contraste entre los felices y los sufrientes es tremendo y abrupto, y uno sale del trabajo con la sensación de haberse dado una ducha escocesa. Salgo más agotado, de hecho, que si hubiese impartido cinco horas de clase. La vida es una mezcla sin orden ni concierto de sentimientos y experiencias encontradas, una montaña rusa emocional.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Cómo se asoma

Se ha escrito demasiado sobre la página en blanco; pero sobre la página en blanco antes de ponerse a escribir, cuando el verdadero vértigo es la página en blanco después de haber escrito. Ésa que queda debajo y va asomándose, silenciosamente, mientras uno corrige. Qué estupor comprobar que todo lo que quitamos mejora siempre el texto. O casi todo y casi siempre. Cómo se agrandan, poco a poco, el espacio entre líneas y los márgenes.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Obaneras de Cádiz

Si yo supiera, como Antonio Burgos, hacerle una canción a Carlos Cano, no hubiese escrito esto sino esto (con más salero):

Obama es Zapatero
en más negrito.
Zapatero es Obama
en Doñana.

martes, 2 de septiembre de 2008

Cara y cruz

La madera del sándalo ha dado mucho juego a poetas y moralistas. Según se lee en poemas y en fábulas, si le pegas un hachazo, el sándalo exhala un olor dulcísimo. En Centroamérica existe otro árbol, de cuyo nombre no logro acordarme, que cuando se le realiza un corte muy profundo, da una flor enorme. No es difícil ver en estos casos de la botánica una alta lección de moralidad para los seres humanos.

Sin irnos tan lejos, tengo en casa una buena mata de romero. Cuando paso cerca, la pisoteo un poco, y huele más. El sábado pasado, que teníamos invitados, la estuve vareando y su perfume llenó la penúltima noche de agosto. Sin embargo, quizá por la melancolía de las vacaciones que se acababan, mis reflexiones morales se me han ido complicando.

Porque, vale, está estupendo eso de devolver bien por mal, pero si lo hacemos sistemáticamente, ¿no estaremos fomentando que la gente, que no es tonta, se porte fatal con nosotros? ¿Pisotearía yo un cardo borriquero, varearía una retama? Pudiera suceder que con nuestra generosa mansedumbre animemos al prójimo a maltratarnos, lo que tampoco es —aunque sólo sea por el propio prójimo.

Hay que volver a la rosa. La rosa no espera a que la golpeemos para regalar su olor, pero a la vez qué erguidas espinas tiene para disuadir, en la medida de lo posible, de las malas intenciones. La rosa, cara y cruz perfectas.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Canto y cuánto es la poesía

Si lo sé, no me callo. Lo contrario del ruido no es el silencio, son las palabras. Lo contrario del ruido es esto y esto. El silencio es una expectativa, que crece. Tanto que ahora yo tengo que encomendarme, para empezar, a San Francisco de Asís y a mi Angelo Branduardi.