jueves, 22 de noviembre de 2012

Se lloraban durmiendo


Carmen nos volvió a dar una noche de perros, pero la tengo por ganancia. Se quejaba de algo en la boca, se la miramos y no tenía nada, y a las cinco de la mañana se pimpló un biberón entero. Yo entonces dejé de preocuparme, supuse que lo que quería era dormir con sus padres,  y que las quejas tenían su pizca de quejío, como una diminuta flamenca por siguiriyas. Me dediqué a disfrutar. No por masoquismo, no. Para hacerme entender, tendré que remontarme bastante años atrás, quizá más de veinte. Por entonces empecé a admirar ese verso de Luis Rosales en La casa encendida que habla de unas chicas que "se lloraban durmiendo". Cuánto he intentado imitar tan electrificante cruce de verbos. Sin conseguirlo. Y anoche Carmencita, como quien no quiere la cosa, sin dificultad alguna, según iba pasando la noche se quejaba: "Duele siguiendo, duele siguiendo, duele siguiendo". 

¡Oh, ahí estaba! 

5 comentarios:

Mora Fandos dijo...

¡Bueno buenísimo!

Miguel dijo...

Eso es el cante jondo, eh.

Me encantaría ver ese verso en el siguiente poemario.

Adaldrida dijo...

Oye, al final... ¿qué tenía?

E. G-Máiquez dijo...

Gracias a los tres. No tenía , Rocío, cante jondo. Arsa.

Anónimo dijo...

Qué pasada, lo lleva en los genes...