jueves, 11 de julio de 2013

Elogio del éxito


Yo he defendido el fracaso y la soledad, pero sin fanatismos. Si uno se encuentra acompañado, eso que gana, y es mucho. La representación del Tomás Moro me ha permitido volver y volver sobre la obra, y sacar de ella mucho más de lo que imaginé. Hasta entonces pensaba que no había una lectura más honda que la traducción. Me retracto. No hay una lectura más honda que la común, y el teatro, oh el teatro, levanta el texto entre todos. Un ejemplo: el verso "Jamás ahorró un poeta, ni lo hará" me tenía bastante contento, por razones objetivas (¡observen qué contundencia y qué gracia!) y subjetivas (pues me ayudó a cincelarlo un amigo antiguo). No me esperaba, sin embargo, que José Luis Patiño, al recitarlo, le diese a ese "ni lo hará" un sesgo tan melancólico. Como lo dice Moro en la Torre de Londres, concentra ahí Patiño un presentimiento de su muerte, que yo no había visto, y que es excelente y estremece. 

Otro ejemplo. En la misma escena de la Torre gastan algunas bromas a cuenta del orinal de Moro donde se descubre una arenilla que delata piedras en el riñón. La escena muestra un finísimo (como la arenilla) humor negro: "el rey me dará una medicina que va a curármelo todo de golpe", y así. Pero gracias a la representación de la obra acudió a Almagro Vicente Miró, y en una de las tertulias subsiguientes sugirió que en la bacinilla había una clara intención política. Los problemas de salud de Enrique VIII también giraron alrededor del orinal real, y era como un memento mori que resonaría en los oídos de la audiencia bien claramente. Se hermanan así las dos muertes, sin mentar a la segunda. El orinal, dándole una vuelta, se convierte en campana. 

Y no quedó ahí la cosa. Nacho Díez de Rivera terció para recordarnos que esas piedras en el riñón, que son rigurosamente históricas, las tendría Tomás Moro, no por la gula y los excesos, como el monarca, sino por el ayuno severo. No beber suficiente agua las produce. Otra referencia cruzada, otro contraste. 

Yo escucho fascinado tanto dato, tanta lectura de un texto del que pensé que nadie sabría en España tanto como yo, qué ingenuo. Y aunque sigo dispuesto a no callar ni a dejar de escribir porque nadie me escuche, qué dulce y amable es tener amigos y lectores, actores y críticos, comentaristas y glosadores. Todos éstos, no me engaño, los tienen Shakespeare y Moro, pero yo asisto en primera fila a la multiplicación de los panes y los peces, y me entusiasmo. 


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