viernes, 30 de agosto de 2013

Pasado por agua


El verano ha dado para mucho, pero, visto ya con una mirada retrospectiva, el hilo conductor han sido mis libros, si no siempre leídos, siempre pasados por agua. Ahora no recuerdo el nombre del inglés que escribió aquel librito delicioso, tan de Peyró, que tampoco encuentro, sobre los enemigos de las bibliotecas. Espero que no se le olvidase incluir también el desorden De lo que no tengo duda es que, junto al fuego, ponía el agua. Yo le podría haber escrito ese capítulo este verano. 

Todo empezó, no sé si recuerdan, con el riego. A las dos semanas o así, mi hermano Nicolás tuvo el detalle de llevarnos con un buen puñado de amigos y de niños  a la playa desierta de un parque natural en su fuera borda. Encallaba la lancha a unos 20 metros de la orilla y nosotros bajábamos los bultos como en las películas de Tarzán, andando con el agua por la cintura. Nos dejó allí todo el día y luego volvió a recogernos por la tarde, repitiendo la operación. Encima nos ayudaba con los bultos. Yo me resistí a darle las sillas, sombrillas y la bolsa con los libros, pero se empeñó para que fuera a recoger a algún niño. Le encomendé gran cuidado con los libros, donde también iban mi cartera y mi móvil. Fue volverme y, plas, de todo lo que le había dado, que era casi todo acuático, se le fue a caer, precisamente, mi mini-biblioteca. Ya tenía experiencia en secar libros (móviles, no), pero con el agua salada era peor. 

También se me han mojado dos libros de agua de piscina. Mi hermano Jaime me ayudó solícito a guardar todos los avíos en la cesta de mimbre, pero metió los libros justo debajo de los bañadores mojados de los niños y de las toallas empapadas. El resultado no tenía nada que envidiar al riego y al mar, quizá por el cloro, quizá porque era agua reconcentrada, con mala idea, en el caldo de sopa de la cesta. 

Estas dos últimas experiencias no pensaba contarlas. En ambos casos mis hermanos habían sido encantadores y no era plan que llegase yo con la quijada a lo Caín. Por otra parte, no tengo más hermanos y mi hermana María es delicada y cuidadosa, con lo que la biblioteca podía respirar tranquila. Pero esta tarde nos ha sorprendido un espléndido chaparrón de agosto, como unos fuegos artificiales (pero al revés, de arriba a abajo) para ir despidiendo la fiesta del verano. Y yo estaba embobado, mirando y casi aplaudiendo, cuando recordé que, porque están pintando el dormitorio, habían sacado a la terraza la pequeña estantería que guardo arriba, de pequeños volúmenes queridos. Cuando he subido, ya estaban calados.

Teniendo en cuenta que  sólo falta en mi colección el granizo y la nieve, que son altamente improbables aquí, y que he pasado por agua mi biblioteca en todas las posibilidades a mi alcance, sin contar con la Coca Cola Zero que se me derramó sobre otro libro, he dejado fuera mis prejuicios fraternales y os describo el truculento verano que he pasado, tan exhaustivo. No creo que se repita jamás. Espero. 

5 comentarios:

Retablo de la Vida Antigua dijo...

Después, con el tiempo, las páginas arrugadas y los tonos desvaídos por los remojones ennoblecen los modestos libros de bolsillo y recuerdan los veranos ya pasados. Con todo, su biblioteca ha sido puesta a prueba esta temporada. Bien lo sabe Dios.

Anónimo dijo...

Yo tengo una copia electrónica de mis mejores libros. No es lo mismo que el papel... pero el berrinche cuando pasan esos desastres cotidianos es menor, porque algunos libros a veces no se reponen del trauma. Además, las manchas son heridas de guerras, batallas a las que hemos sometido a nuestros queridos ejemplares. Algunas las ganan, otras las pierden pero siempre quedan el el recuerdo.

Anónimo dijo...

Así los libros comparten nuestra historia, y no sólo queda en el recuerdo aquella época por aquel libro, sino que el libro evoca, con su frágil naturaleza corrompida, los distintos momentos que pasó a nuestro lado. ¿Acaso qué mujer no le ha mojado a qué hombre un libro apreciado que dejó en el baño?

Madreconcarné dijo...

Eso le da prestancia a los libros.
Es como los libros y cuadernos de cocina. Si no están manchados de comida, no tienen gracia ninguna.

Anónimo dijo...

Que fastidio,........!
Espero que lo que a mi respecta, hayan tenido una buena recuperación y estén (ahora) simplemente mas......salados.