martes, 14 de enero de 2014

Regalos


Estoy un tanto reincidente con mi cumpleaños, pero es que el mezzo del cammin se cruza una vez en la vida, compréndanme. 

Por cuestiones de logística, lo celebramos el día anterior, que era domingo. Pensé que desluciría el lunes, pero no, ha sido una segunda fiesta. El primer regalo, las fotos de la tarta, y estaba bien que la celebración de los 45 fuese mínimamente nostálgica (un día), con la mirada vuelta para atrás. 

Por la mañana, solo, en mi cuarto, di gracias por cada vela. Pensé que, con mis vacilaciones, no ha habido un año de vida (sólo días sueltos, algunas horas) que haya estado lejos del Señor, y quise ver en esa tarta un atril de velitas como ésas en las esquinas de las iglesias que encienden los beatos y, entre risas y asombros, los niños. 

Otro regalo del día anterior: ya por la noche, en la madrugadora felicitación electrónica me informaban que san Hilario de Poitiers, santo del día, había sido defensor de la divinidad de Cristo, sin negar ni un poco su humanidad. Aumentó ipso facto mi devoción por el santo y entendí mis inclinaciones naturales. A Eugenio d'Ors le habría divertido esa sombra tutelar. 

Otra felicitación e-postal: 
Yo te deseo un requetequete feliz cumpleaños y mis mejores deseos para todos los frentes de tu vida: el familiar, el laboral, el religioso, el literario y, quizás el más importante, el del santo ocio que se mantiene siempre abierto a la vida, a los árboles, al mar y al viento.
Qué requetebién lo de los frentes, que retrata mi guerra de guerrillas. 

Y más. Para apoyar financieramente a los Reyes en casa de mi padre, que se pasaron, no de largo, sino por mucho, propuse compensar con mi regalo de cumpleaños. El riesgo era que el truco contable viniese a deslucir mi cumpleaños, pero no pasó. El regalo lo agradecí de nuevo, de verdad, por dentro, casi con renovada sorpresa. Y encima, siendo tecnológico, ahora lo recibía  (de nuevas) sin la agonía de ponerlo a funcionar.

Siguen llegando felicitaciones y cada una es un regalo. Jamás pensé tener tantas como años. 

Me he dado ahora de alta en Facebook, y si se pudiese poner título a esa página sería Mangas verdes, por las buenas horas. Facebook me lo había aconsejado Beades, y a los maestros hay que hacerles caso. Ayer me alegré de ser tan obediente. Qué festivalero resulta Facebook, ¿no?

Una felicitación, en vista de la foto de ayer, me citó unos versos de "La higuera estéril", los de la luz y la túnica de Salomón. A la felicidad de que a uno le recuerden sus propios versos (¡que no es manca!) se unía un detalle mayor. En la raíz de ese poema, amén de otras esterilidades, estaban nuestros largos años de matrimonio sin hijos, y en la foto que se lo recordaba a mi joven amigo, yo estaba con mis hijos, bajo la misma túnica. ¡Ah, comprenderán que reincida! 



Llego a mi departamento. Me pongo a leer. Y lo primero que me topo, esto de George Herbert. No dirán que no, ¿verdad?
An now in age I bud again, 
After so many death I live and write; 
I once more smell the dew and rain, 
And relish versing. O my onely light, 
It cannot be 
That I am he 
on whom thy tempests fell all night.

En mi diario discurrir por las Empresas políticas de Saavedra Fajardo, a razón de una al día, me toca la 21, que es un alegato altísimo contra la legalitis, una de mis alergias más acusadas. Haber estudiado Derecho y haber sufrido tanta burocracia quizá me compense, a fin de cuentas, para entender y para disfrutar tanto este puñado de páginas furiosas y radiantes. 

Y llaman a la puerta. Una alumna de hace dos años viene a mi departamento a contarme su embarazo, tras nueve años de matrimonio y grandes deseos. Aunque lo han intentado todo, ay, el embarazo bueno, éste, ha sido natural e inesperado. 

Otra gran felicitación: "¡Feliz y santo cumpleaños, querido amigo! Un fuerte abrazo". Con las prisas y la dislexia y en el móvil, leo "Feliz santo y cumpleaños..." Pero como ando emocionado con lo de san Hilario, me apunto al santo encantado. (Lo malo es que se lo digo a mi felicitante, que quedaría algo desconcertado.)


Miguel d’Ors me felicita con esta postal de una indiscutible corrección política:



En el camino de vuelta a casa repaso todos estos regalos y recuerdo otros. Hace dos años vi una inmensa águila pescadora muy cerca. Y el año pasado un águila perdicera, a dos metros, matando una gran culebra. Dos minutos después de recopilar tan alados y simbólicos recuerdos, una primilla blanquísima, cerniéndose silenciosa, casi a mi altura, en el terraplén de la carretera. 

La comida. En casa de mis padres había leyes férreas, pocas y que se cumplían. Entre ellas, dos que vienen a cuento. Todos comíamos de todo lo que venía a la mesa. Protestar lo empeoraba. Si algo no nos gustaba podíamos, simplemente, no repetir. Y otra regla: el día del cumpleaños  y el del santo, el homenajeado elegía el menú. Hasta ahí bien, pero mi hermano solía pedir huevos escalfados con guisantes, que a mí me daban repelús. Muchos años después me confesó que los pedía porque sabía que a mí no, como una pequeña putadita entre hermanos. Como yo soy el mayor, y en casa también era ley que la culpa de todo era del mayor involucrado, asumo que yo tenía que agobiar a ese hermano mucho para que urdiese tan sutil venganza. Lo he contado varias veces. Bien, pues ayer, Leonor había decidido que comeríamos ¡huevos escalfados con guisantes! Ya me gustan muchísimo y repetí. Se lo agradezco a la educación ancien régime de mis padres y a mi maquiavélico hermanito, pero como esto lo he contado muchísimas veces delante de Leonor, algo me escamó. ¿Tendrá alguna queja tácita  o simplemente oye muy vagamente mis historias? Tras una meticulosa y delicada investigación, llegué a la conclusión que era lo segundo. Se había quedado con la relación cumpleaños-huevos escalfados con guisantes. Yo, que a menudo temo aburrirla con mis reiteraciones, me lo he tomado como un regalo. ¡Puedo repetirme! Es más: he de hacerlo. Eso sí, dejando las cosas un poco más claras a partir de ahora. 


Mis cuñados, por papa Nöel, me regalaron una elegante billetera. Mi cartera estaba muy trabajada y revenida, así que acertaron. Yo la agradecí por todo lo alto y lamenté por lo bajo que no tuviese monedero. Leonor, al quite, me ha regalado por mi cumple un monederito de cuero de esos que son media luna que se abre. Mi abuelo gastaba uno igual. Y me gusta el símbolo de que mi familia política me vea muy de billetes y numerosas tarjetas de crédito, pero que Leo sepa que lo mío —lo nuestro— es la moneda menuda. 




Recogimos a los niños del autobús, como todos los días, lo que no quita para que sea excepcional. 

Carmen me regala un retrato:



Obsérvese mi letra, la E, mi libro, mi café negro y humeante, la sutil curva de la felicidad de mi torso, mi peinado... Jamás saldré tan bien parecido.

Llamadas a lo largo del día que no puedo contestar, pero que vienen sin secretos, por derecho, diciéndolo ya todo, o cantándolo, en su timbre: "cumpleaños feliz, cumpleaños feliz", y con sus luces, que se encienden.

Fui al médico de los huesos, que me duelen como un memento; pero genial, oh. Es lo que digo yo, quiero decir, dice Woody:


Otra felicitación venía con otro poema: 
Como regalo, te copio un poema que leí en la revista Letras Libres del pasado noviembre, que compré en México cuando estuve allí entonces. Pensé al leerlo que podría gustarte y no me he acordado de copiártelo hasta ahora. Es del boliviano Eduardo Mitre.  

Otoñal
 

Otra vez el otoño: pan dorado
 
recién salido del horno 
del verano. 

Por las calles:
 
hojas crocantes al paso: 
delicia de o/irlas quebrando. 

Sopla el viento: ruedan los días:
 
púlpitos disueltos,  
ramas desposeídas. 

Pero el otoño no es trágico,
 
como su nombre lo indica: 
retorna, retoña en otoño. 

Solo pido durar, estar
 
para verlo al año. 

Y al otro.

Llegaron algunas cartas que no me felicitaban, pero con su regalo, a pesar de todo. Un poeta que aprecio mucho me pedía mi dirección postal para mandarme su próximo libro. A él le llegará dentro de unas semanas, pero me lo avisaba, oh, ayer. Un joven chileno me contaba dos cosas maravillosas. Hace unas semanas me dijo que José-Miguel Ibáñez Langlois le había prevenido contra Jorge Luis Borges. Ay, qué choque frontal entre dos de mis gigantes. Pero anoche:
Don José Miguel, se me acercó el otro día para: "disculparse con Borges", con el cual aseguró estar endeudado de por vida. La razón es que si basta un solo verso para que un poeta sea recordado por la eternidad, Borges lo merece por su:  
"I offer you the memory of a yellow rose, seen at sunset years before you were born". 
-¡Tanto el concepto como la métrica, son inigualables!, me decía extasiado, hablando de familias de endecasílabos, alejandrinos y otra serie de palabrejas que escuché con la sonrisa sencilla del ignorante.

Y añadía en su carta mi joven amigo, por si Borges fuera poco: "Ahora, ya más tranquilo, me estoy poniendo al día con tu blogg (lo de Frozen y tus hijos en la playa, les encantó a mis hermanas)". Yo, que he sido de siempre muy, muy de las hermanas, quedé encantado. 

Y me acosté releyendo Retorno a Brideshead y qué emoción al borde del lecho de lord Marchmain. Qué forma de morir. Qué forma de quedarme dormido. 




5 comentarios:

Jesús Beades dijo...

Qué suerte para ti y tus lectores ser constante en tu diarismo, autobiografismo, testimonialismo etc. Cuántos días perfectos he pensado "es para escribirlo", y luego no lo hago, me da una pereza horrible. Felicidades: 45 años y un día.

Muzzle of kiss dijo...

Qué felicidad poder leerte todos los días! Qué preciosa entrada!
Un fuerte abrazo.

Anónimo dijo...

Te dejo aquí esta coplita(no más que un chascarrillo), que quiere hacerse eco del garbo y la alegría con que despides y recibes a tus viejos y venideros 45 abriles:

Enrique García-Máiquez
cumplió los 45
años, y tan pimpante.

Felicidades de
Juan

Anónimo dijo...

Cuando he leído otra vez la coplita he notado como un tropiezo. El tercer verso no es, como debiera, de 8 sílabas. Y sin embargo no me sonó métricamente mal cuando la escribí. Supongo que se debe a esa sonoridad "larga" de "tan pimpante" y a su significado alegremente marcial, de paso largo.

E. G-Máiquez dijo...

Mil gracias, Juan, me ha encantado tu reqalo, que guardaré como oro en paño.Tienes toda la razón en que esa sílaba de menos nos fuerza a deleitarnos en el "tan pimpante", que es un señor piropo. Espero no desmerecer demasiado de él