miércoles, 21 de enero de 2015

(Risas)


Jonathan Swift, tan rápido, lo vio enseguida: "Nos encanta que los demás se rían de nuestras bromas, pero no de nosotros". Bueno, más o menos, que lo recuerdo de memoria, si me permiten la redundancia. El hecho es una prueba irrefutable de que no nos importa tanto la alegría de los demás, igual en ambos casos, o incluso mayor en el segundo —cuando se ríen de uno—, no nos importa tanto, ay, como quedar estupendamente nosotros, flotando por encima, jefes del estado de ánimo de nuestros súbditos, digo, prójimos.

Este recuerdo de Swift no me vino llovido del cielo. Llegó porque entre mi despiste, mi desconcierto y mi distracción, cometo fallos risibles sin cesar. Así, le dije a un compañero que, por fin, había encontrado la revisión de los resultados de la primera evaluación del año que viene, cuando era, obviamente, la del año pasado. Contestó alborozado: 



Creo que practico una variante nueva de la dislexia: no confundo la derecha con la izquierda, sino el pasado con el futuro. Y yo también me he reído de mí, que es una variante que quizá Swift no sopesó. Pero mi padre sí. Lo recuerdo en mi temprana adolescencia observando que, en vista de la gracia que me hacían mis defectos, me daba por incorregible. 


1 comentario:

Anónimo dijo...

Nada más natural que un vate vaticine.
Jilguero.