sábado, 14 de febrero de 2015

Cuatro o cinco gestos


El día me da la propina de cuatro gestos o cinco. El primero es mío. Como digo (excusándome) en el artículo de hoy, soy miope. Y colecciono monedas de 2 euros de Dante. El resultado es que cuando me dan cualquier vuelta me vuelco sobre la palma de mi mano, tocando las monedas, para ver si me ha tocado algún Alighieri. La imagen tiene que resultar muy dantesca: por esa aparente avaricia minuciosa y por la misma cortedad de vista, que sale mucho en la Divina comedia. 

El segundo gesto. Me fijé quizá porque todavía iba pensando en el mío. Una chica por la calle se para a ver su móvil. Como hace sol, arquea su mano sobre la pantalla exactamente igual que se hacía antes con una cerilla para encender un cigarro. Como acerca la cara, la similitud es asombrosa. Falta el humo.

El tercer gesto, otra chica. [¿Me fijaré más en ellas?] Me cobra de la tarjeta, y mientras marco mi pin, como sostiene el datáfono, vuelve ostensiblemente la cara al infinito. Sobreactúa, por supuesto, pero qué remedio. No se va a poner a mirarme los ojos ni puede hacer otra cosa. No se me ocurre solución a esa torsión de cuello tan incómoda, que no se merece. 

El cuarto. Llego a misa y Manuel el mendigo está mirando por unos prismáticos a la auraucaria de las bodegas Caballero. El gesto, como de capitán de barco de la Armada, a lo que ayuda su barba poblada, canosa y polvorienta (que podía ser por el salitre en vez de por el polvo), ya vale mucho. Pero me explica que observa a los cernícalos que cazan gorriones tirándose en picado. Piensa uno que admira esa capacidad vertiginosa de conseguir comida, pero enseguida le ve un amor a la ornitología que lo redime y le ennoblece. Pregunto: ¿Y les va bien la caza?. "De cada cien picados, fallan 90, pero 10, ¡vaya si los cogen!". Entro en misa. A la salida, me está esperando y me muestra un puñado de plumas, más delicadas si cabe en su mano tosca. Pienso que ha cruzado la calle, ha entrado en el patio de la bodega y ha rebuscado esas plumas, para demostrarme algo que yo le había creído absolutamente. El gesto me enternece. 

El quinto gesto es de Carmen. Le digo: "Eres la hija perfecta, apenas tienes un fallo". Se trata, como han adivinado, de una pura estrategia pedagógica. Ella levanta la vista como un rayo, muy extrañada por ese fallo y dispuesta a preguntarme, como yo había previsto. Eso me permitiría entrar a comentarle un detallito. Pero se para a tiempo. La luz fiera de sus ojos se serena. Sonríe. Y dice: "Gracias". Sin preguntar. 


2 comentarios:

Juan Ignacio dijo...

¡Qué astuta!

Marcela Duque dijo...

"Iluminad los días de la vida..."
Qué mirada, Enrique. Me ha encantado.
Gracias.