jueves, 16 de junio de 2016

En Compostela


Me he propuesto ir leyendo en el tren, pero leo en los subtítulos de la televisión que Gabilando entrevista, muy serio, a un propio que habla de en 2045 la muerte será voluntaria y que las religiones devendrán obsoletas, porque los curas se quedarán sin el más allá... Los niveles de adoctrinamiento de nuestra sociedad son orwellianos. Pero como yo me he propuesto ir leyendo, pienso: "Contradicción: Si yo no muero, no morirá la religión". "Muerto sí me verán, mas no mudado", y si no me ven fiambre, pues menos mudado aún.

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Hay que avisarlo todo, por lo visto. En el aeropuerto:



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Desde el avión, con el sol, tras la lluvia, las carreteras brillaban como ríos.

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La comandante nos cuenta: "En Santiago llueve, hay rachas de viento, hace frío y bancos de niebla, van a disfrutar de una ciudad maravillosa". Luego, por la noche, paseando, comprobaremos que, en efecto, en Santiago importa mucho más el espacio que el tiempo.

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Pero aún no habíamos aterrizado y yo iba contemplando los calistros desde una altura que los favorecía, porque se les veía pequeños, como de juguete, a la vez que se adivinaba su envergadura. Entonces, de pronto, sin bajar más, aterrizamos. La explicación lógica será que el aeropuerto está en lo alto de un monte. Yo no puede evitar un recuerdo al famoso adagio de que nunca se sabe si un gallego sube o baja. !Hasta en el avión!

[Luego me advertirían de que no hiciese broma con los tópicos, pero como ésta se me ocurrió aún en el avión estaba todavía con inmunidad diplomática]

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Entramos por el arco de un arco iris. Lo extraño suyo no es tanto su belleza sino que todos lo veamos en el mismo sitio. Le pegaría más más subjetividad, como si fuese un sueño y una alucinación. Pero se empeña en ser y en estar. "El arco iris" señalábamos todos, y era al mismo sitio.

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