jueves, 15 de febrero de 2018

Pasos de cebra


Prefiero cruzar diez metros antes o diez después que hacerlo por un paso de cebra. Me siento estabulado al hacerlo por donde está mandado, como si las rayas fuesen las rejas de la celda del positivismo jurídico.

Hay algo biográfico, desde luego, que tengo que confesar. El primer chiste que entendí fue sobre los pasos de cebra. Me lo contó Antonio Maurandi, en Murcia, con su voz grave de bebedor de brandy y fumador de puros. El viejo médico, amigo de mi abuelo y rival al ajedrez, me llevaba a no sé dónde de la mano. Ante un paso de cebra miró hacia abajo, levantó el índice de la otra mano, apretó la mía y me dijo: "Bienaventurados los que creen en los pasos de cebra porque pronto verán a Dios". No sé si recordáis el primer chiste de vuestra vida. Yo quedé deslumbrado y no lo olvido.

Lo triste es que el accidente que acortó el tiempo de mi abuelo fue por confiar en un paso de cebra. De modo que el humor negro, con un lapso de treinta años, me hizo pagar cara mi primera carcajada.

Pero creo que mi alergia es más doctrinal que biográfica. Y deliciosa, por otra parte. No cruzo por el paso de cebra por orgullo aristocrático de no estabularme, como he dicho, pero también porque prefiero la caballerosidad de deber un favor, un agradecimiento y una disculpa a los conductores, mientras guardo equilibrios de banderillero sobre la línea continúa de la calle, en vez de exigirles con agrio gesto el respeto del derechín administrativo del paso de cebra.

Sin contar con el deporte de mi carrerita.

5 comentarios:

Gonzalo GY dijo...

Cielos...

Yo fui siempre de cruzar por cualquier sitio, dando carreras y aguantando en equilibrio entre el tráfico.

La paternidad me extirpó esa costumbre, y hoy día mi hijo pequeño es capaz de agarrarme y echarme una bronca en mitad de la calle si intento cruzar por donde no "debo", y sobre todo si no espero al muñequito verde, aunque la calle esté desierta.

E. G-Máiquez dijo...

Te copio descaradamente lo del equilibrio, que es exacto y maravilloso.

Y me niego a que la paternidad me extirpe esta costumbre. Prefiero transmitírsela a mis hijos.

Anónimo dijo...

Pues no me parece una muy buena idea. Imagínese, Dios no lo quiera, que por practicar o transmitir esa costumbre se produce un atropello. ¿No habría uno de sentir remordimientos? De la otra manera, al menos se evita eso.

El curioso parlante dijo...

La diferencia entre cruzar por un paso de cebra o no, puede ser de cientos de miles de euros de indemnización para su familia en caso de que un coche lo atropelle y lo mate cruzando la calle.

Extraño que en el sur de Europa haya tanta gente que cree que la ley está hecha para jo...robar al ciudadano. En Suiza la gente te echa la bronca si atraviesas la calle de cualquier manera o cuando te lo prohibe el semáforo aunque no haya coches. En las grandes urbes del Tercer mundo ni los coches ni los peatones respetan ninguna ley y los embotellamientos son monstruosos.

Con tanto anarquista de salón países como Italia o España jamás levantarán cabeza.

Anónimo dijo...

Un gesto quijotesco, cotidiano, finísimo. Enhorabuena, Don Enrique.