domingo, 7 de mayo de 2006

Nuevo ensayo dantesco (V)

Dante es inagotable también como tema de conversación. Todavía no he acabado con el asunto de su política, que se ha quedado a medias, cuando un anónimo comentarista me suelta: “Dante me paree [sic] un pedante”.

Dante, en realidad, es exactamente lo contrario a un pedante. Repasemos algunos datos. Lo lógico era que el poeta del siglo XIII hubiese escogido para una obra de gran aliento el latín, que era el idioma culto. En vez de eso, prefirió arriesgarse con el toscano, una lengua vulgar, de uso cotidiano. Por otro lado, Dante le puso a su obra el título de "Commedia" porque no tenía las pretensiones elevadas de una tragedia y se conformaba con un estilo medio [De vulgari eloquentia (II, IV, 5-5)]. Y finalmente, durante el transcurso de su viaje por el Más Allá, toca todos los registros, desde el más sublime, sí, lo siento, hasta los más humorísticos, llegando incluso a los chuscos, que avergonzarían a nuestros realistas sucios de salón. Por ejemplo, el caústico Canto XXI, con su escatológica traca final:
Ed elli avea del cul fatto trombetta
Éstos son hechos indiscutibles y sólo se me ocurren tres posibles motivos por los que el Sr. Anónimo Comentarista pueda relacionar la pedantería con Dante.

Porque no lo ha leído.

Porque la Commedia es una suma de todos los intereses y saberes del ser humano y porque está transida por el amor a la sabiduría, a la belleza y a la bondad, que son realidades que, desde la mugre de la modernidad, se ven como cursilerías, como pasa, a un nivel mucho más cotidiano, con la simple buena educación.

O porque piensa que el pedante soy yo, y me suelta una indirecta en la cabeza de Dante, que pasaba por ahí. Que yo sea un pedante es también discutible, pero menos, y además discutirlo carece ya de interés…

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