jueves, 31 de agosto de 2006

Para después de agosto

Agosto es angosto y no le cupieron, como es natural, ni la mitad de los libros que hubiésemos querido. Ahora que tengo que elegir uno para despedirme, se me ha ocurrido hacerlo con La vida nueva de Pedrito de Andía, entre otras razones de enjundia creativa, porque en esta novela de Rafael Sánchez Mazas lo más interesante de un verano trascendental ocurre en el mes de septiembre y hasta en octubre. Queda, pues, esperanza.

En principio, La vida nueva de Pedrito de Andía puede parecer —con sus vacaciones interminables, la incierta historia de amor y el recio mensaje moral— una obra para adolescentes. Y lo es, pero no sólo. Hoy en día, por ejemplo, da gusto leer una narración tan absolutamente vasca, por la que no cruza la sombra agria del nacionalismo y sí un viejo eco romántico de las luchas entre liberales y carlistas, que quieren acabar en un abrazo.

Junto a todo eso, que desde luego está muy bien, es una novela magnífica por motivos literarios. La ambición del autor se avisa desde el título, que remite nada menos que a la Vita nuova de Dante y al inquieto barojiano Shanti Andía.

El mayor mérito, con todo, es que la prosa se adapta a la perfección a la voz del personaje y sigue su transformación desde la niñez hasta los umbrales de la edad adulta. Puede que Sánchez Mazas aprendiese la técnica de James Joyce y su Retrato del artista adolescente. Ambas obras comparten, además, el papel clave de la familia, las desazones de los muchachos y la presencia importante de la educación jesuítica.

Con ese mismo aire de familia, Julián Ayesta escribió después una novela muy breve, más depurada aún, que se lee en una tarde y no se olvida nunca: Helena o el mar de verano. De las tres, si tuviera que elegir —que por suerte, no—, yo me quedo con La vida nueva de Pedrito de Andía, porque la novela de Sánchez Mazas es más fresca que la de Joyce y más trepidante que la de Ayesta.

[Publicado hoy en "La Gaceta de los Negocios"]

miércoles, 30 de agosto de 2006

Otra genealogía

Eso (que explica Andrés Trapiello; que grabó Pancho Ortuño; que se dijeron, en 1512, los vencidos enemigos de Gaston de Foix), eso mismo me pregunto ahora yo .

martes, 29 de agosto de 2006

De tinta azul

Asistí con felicidad a la abundancia de comentarios que coronaron la entrada de anteayer sobre René Girard. Para colmo, fueron rematados por un anónimo usuario, que nos colgó un recomendable artículo de Daniel Capó. En él, el articulista balear decía que quien le puso sobre la pista de Girard fue el poeta José Mateos. ¡Precisamente el mismo que a mí!, me dije.

Y ya me puse a fantasear con lo interesante que sería sacarle la genealogía a las lecturas. Eso, además de un timbre de nobleza y tradición a nuestras horas en la biblioteca, retrataría una trayectoria intelectual como nada. Con suerte, alguien leerá a Girard empujado por mi entusiasmo; yo —como Capó— lo hice por la autoridad de Mateos; José, ¿por quién?

Cierto que los libros son como las cerezas, que se van enganchando uno a otro, y quien entra en uno se enreda en una cadena de lecturas prácticamente interminable. A mí, Eugenio d’Ors me llevó a don Álvaro, éste a Miguel; Miguel d’Ors a Ibáñez Langlois, que a su vez me hizo leer a Ezra Pound, que me descubrió a Propercio.

Con todo, cuando la genealogía es personal, el libro se enriquece mucho más, mezclando la intimidad de la lectura con la de la amistad. Ya he hablado de José Mateos, para mí tan importante como la biblioteca paterna para Borges; pero hay más: a Javier de Navascués le debo el descubrimiento, nada menos, que de Mario Quintana; a José Julio Cabanillas, la poesía de Chesterton; a mi hermano Jaime, los aforismos de Lec; a Araceli Duque, la historia de Dawson; a Enrique Lobatón, en la lejana infancia, los cómics de Tintín…

Los blogs, por lo que llevo visto, tienen la misma potencia para provocar lectura. Ya he empezado con The Habit of Being, de Flannery O’Connor, empujado por Arp; y he acabado Cinco historias del mar, de Pla, donde me enroló Dal; e Inma Rodríguez-Moranta va a terminar haciéndome leer a Carmen Martín Gaite; y Juan Ignacio a Marechal; y Baltanás los ensayos de Baltanás; y…, y…

lunes, 28 de agosto de 2006

La gente está salvaje

Es sólo una anécdota, pero asusta. Ayer fuimos a tomar una copa después de cenar a un apacible chiringuito. A la salida, vi que un coche encerraba al mío sin dejarle ninguna posibilidad de escapatoria. Acompañado por el bueno de Federico de la Calle, bajamos de nuevo al chiringuito a preguntar grupo por grupo si un Golf rojo era de ellos. Las respuestas fueron desoladoras. Casi todos decían enseguida: “Ojalá fuera mío”, y bastantes añadían: “Ráyalo", o "Pínchale las ruedas”. Nadie lamentó mi suerte ni se condolió. Tuvimos que dejar mi coche allá, con la inquietud de que atrajese la atención de alguno y/o pensara que le molestaba: visto lo oído, podían hacerle cualquier trastada.

Ya sé que sólo una anécdota, pero justo después de pasarme el día hablando de René Girard, asistir a ese cocktail de deseo y violencia en un tranquilo chiringuito para treintañeros a pie de playa, impresiona.

domingo, 27 de agosto de 2006

Para empezar a entendernos


Dentro del género ensayístico, lo más esclarecedor que he leído en los últimos años es la obra del antropólogo francés René Girard. De sus libros, si tuviera que elegir, aconsejaría Veo a Satán caer como el relámpago, porque culmina su emocionante evolución intelectual.

El pensamiento de Girard se construye sobre una teoría sencilla. Entre los hombres, el deseo nace por imitación o contagio, lo que produce envidias, que tensan las relaciones hasta un estallido brutal de violencia. La sociedad, para contener esa explosión autodestructiva, busca un chivo expiatorio que pague las culpas de todos. De ese modo, se calman las aguas, pero volverán a agitarse inevitablemente y habrá que recurrir otra vez al sacrificio, que acaba ritualizándose. Lo asombroso es que Girard demuestra que este mecanismo se halla en el fondo de importantes textos históricos y literarios, y que ha sido y es un patrón oculto, aunque real, de la conducta humana.

A partir de ahí, las aplicaciones son numerosas. Desmonta todas las especulaciones sobre el carácter tópico de la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús, que lo asimilaban —en la estela de Frazer— a los mitos religiosos. Según demuestra, es justo lo contrario: Cristo denuncia el sistema sacrificial, de cuya falsedad nos redime. Por eso, Satán, padre de la mentira, cae como el relámpago. Además, nos acerca al Antiguo Testamento con una nueva luz, mostrando que encierra una primera e insólita rebelión contra el sacrificio de los inocentes chivos expiatorios, sobre todo en el Libro de Job y en algunos Salmos.

También ilumina las grandes obras literarias. El propio Girard ha explicado en otros libros a Sthendal o a Shakespeare. Cesáreo Bandera, continuando esta línea, realiza un impagable estudio sobre el Quijote en Monda y desnuda, que ningún lector de Cervantes debería perderse —y no exagero.

La obra de René Girard, además de ser teología y antropología, o por serlo, sirve para comprender el aquí y ahora, desvelando el trasfondo de nuestras convulsiones sociales. Lo ha demostrado Alejandro Llano, al aplicarla con brillantez a los acontecimientos que siguieron a los atentados del 11 de marzo.
[Publicado ayer en "La Gaceta de los Negocios"]

viernes, 25 de agosto de 2006

Adiós

Dejó dicho Azorín que “la vida es ver volver”. Pero lo tuvo que pensar en meses más primaverales o a principios de verano, porque ahora, a finales de agosto, la vida es ver marchar. Se van yendo nuestros amigos de fuera, los llamados veraneantes, llevándose con ellos los atascos, lo pulposo o populoso de la playa, la necesidad de hacer reservas en el restaurante de toda la vida, las colas en el supermercado… Se llevan todo eso, y está bien; pero se llevan a sí mismos, y es una pena.

Hace unas semanas se fue Javier de Navascués y, desde entonces, soy más torpe y sé menos. Hablar con él de libros era recibir clases particulares de literatura asomados al mar desde la terraza de su apartamento, tomando una horchata. Pero se acabó. Y para colmo también se fueron mi hermano Jaime y, mucho antes, Miguel Aranguren.

—Pero si ese amigo de usted se fue hace unas semanas, ¿a qué viene quejarse ahora, buen hombre, con lo melancólicos que nos pone a todos el mes de septiembre?

Viene a que ayer, hojeando Retorno a Brideshead, me di cuenta de lo mucho que me ha enseñado en tres o cuatro conversaciones informales. El ejemplo concreto, lo contaré mañana, D. m.

jueves, 24 de agosto de 2006

La sirena mutante

La casualidad (porque de alguna manera hay que llamarla) quiso que ayer, cuando habíamos entablado una amable discusión sobre las tentaciones, sus encantos y artimañas, me encontrase con este fragmento del Purgatorio en mi lectura diaria de la Commedia, que deja las cosas meridianamente claras y nos da la razón a todos por su orden. Dorothy L. Sayers en sus comentarios, siempre excelentes y divertidos, se entretiene en explicar la alegoría. A nosotros, después de la tertulia de ayer, no nos hace falta más preparación.

una mujer vi en sueños, balbuciente,
con ojos bizcos y con pies doblados,
con manos mancas y color muriente.

Yo la miraba; y, como confortados
al sol los miembros que la noche helaba,
así vi en poco tiempo enderezados
los suyos por mis ojos; y soltaba
la lengua, y su semblante desvaído
el tinte que el amor quiere tomaba.
Cuando el decir le fue restituido,
comenzó ella a cantar, y fuera pena
si de oírla me hubiera distraído.
"Soy", cantaba, "soy yo dulce sirena
que a los marinos en la mar desvío,
pues escucharme de placer les llena.
Dejar a Ulises hizo el canto mío
su vagar; y escasea quien rehúsa
frecuentarme y rendirse a mi albedrío".
Esta canción no daba por conclusa
cuando surgió una dama santa y presta
a mi lado, y quedó la otra confusa.
"Oh Virgilio, oh Virgilio, ¿quién es ésta?",
fieramente exclamaba, y él venía
con los ojos muy fijos en la honesta.
Cogió a la otra, y delante me la abría
rasgando sus vestidos hasta el vientre:
me despertó el hedor que de él salía.
Miré al maestro, que me hablaba entre
sonrisas: "Te llamé en tres ocasiones,
alza, que acaso la subida encuentre."
Me alcé; la luz henchía a borbotones [...]


[Son los versos 7 a 37 del canto XIX del Purgatorio. La traducción es una mezcla de la de Ángel Crespo y la de Abilio Echeverría, con algún ajuste mío.]

miércoles, 23 de agosto de 2006

Elogio de las tentaciones

Todavía no puedo evitar el respingo cada vez que una señorita me susurra: “He pecado”. Y ya debería yo saber, a estas alturas, que no viene a confesarse sino de que se ha saltado su régimen de adelgazar y se ha metido entre pechos y espalda una buena ración de papas con chocos o de churros. En ese momento, me falta poco para explicarle con contundencia qué es un pecado, al menos para mí, y qué es una chorrada o churrada.

Pero me callo. Como toma mi silencio por un profundo pésame, sigue contándome otras iniquidades: fumar a escondidas o saltarse la sesión de gimnasio. Yo entonces vislumbro una teoría: el culto al cuerpo va rodeándose —no podía ser menos— de todos los ingredientes de una religión, incluyendo mandamientos, infracciones y penitencias, tales como el ayuno y la mortificación. “Mañana no comeré postre y me someteré a una triple sesión de abdominales”, por ejemplo. Tanta liberación para acabar en lo mismo, ay, pero con menos fundamento.

Evitemos la teología, que puede ser otro pecado en estos tiempos, y concentrémonos en la psicología, más política y correcta. Parece demostrarse que para disfrutar de la vida son muy convenientes las tentaciones, esto es, el brillo embaucador de lo prohibido, la tensión de la lucha, el vértigo del abismo y, para acabar, la esforzada victoria final. Si no queremos creer en las acechanzas de siempre, hay que buscarse otras nuevas, aunque sean dietéticas. Lo sabía muy bien, hablando de victorias, Victoria de Accoramboni, Duquesa de Bracciano, que profirió la sabrosa frase recogida por Stendhal: “Qué lástima que tomar helados no sea pecado”.

Los publicistas, que son unos linces, se han dado cuenta de la mecánica y nos ofrecen anuncios inspirados directamente en las tentaciones de San Antonio. Cuando quieren que consumamos como moscas presentan el producto (helado, novela o coche deportivo) de la forma más pecaminosa posible. Lo malo es que una vez que se ha caído en la compra, el placer se evanece y quedamos con el regusto amargo del chasco en una mano y la factura en la otra. Lo mismo ocurría (y ocurre) en la moral tradicional. El sagaz refranero avisaba que “en el pecado, está la penitencia”. Lo bueno estaba antes, en la tentación.

Por tanto, para ser exquisitos, conviene no tropezar. Ulises nos dio una lección cuando disfrutó del canto de las sirenas sin tirarse al mar, amarradito al mástil. Y Jesús experimentó las tentaciones en el desierto, pero sin tocarlas. Luego, en el Padrenuestro, como Él es bueno y no quiere quitarnos nada, ni la picante sensación de estar vivos ni la emoción del peligro moral, no pide —fíjense— que no tengamos tentaciones, sino que no caigamos en ellas. Un aviso: no hace falta buscarlas, que eso ya es enredarse. Vienen solas. La gracia está en que también se vayan solas. Agradable es verlas pasar.
[Grupo Joly]

martes, 22 de agosto de 2006

You're beautiful

La poesía es un producto de primera necesidad. La gente lo demanda a diario, o casi; sólo que suele consumirlo en productos alternativos, más asequibles en todos los sentidos. El sustitutivo por excelencia es el pop, que es la nueva poesía popular, como su diminutivo indica. Creo no ser demasiado reaccionario si digo que comparado con el folclore y la poesía popular de antaño hemos perdido bastante y el diminutivo tiene valor de exacto epigrama. Pero en cualquier caso, hay algunas canciones que se salvan, al menos en sus mejores momentos. En este mismo blogg tormentoso, aplaudimos hasta algún acierto de Joaquín Sabina. Ahora vengo a hacer lo propio con la canción “You’re beautiful” de James Blunt. Todos la habréis escuchado inevitablemente mil veces. Yo a la mil y una caí en la cuenta de ciertos aciertos, conscientes o azarosos, que tienen buen sabor poético.

Para empezar, están los ecos de la gran cultura. A mí lo de llamar ángel a la mujer amada nunca me ha gustado nada. Tiendo a tomista y tengo bastante claro que una cosa es un ángel y otra una señorita. Pero aquí se adivina una influencia de los prerrafaelistas, que lo justifica. La voz de Blunt tiene ese punto de cursilería viril y melenita propio de Rossetti y cía. Y al fin y al cabo la canción nos habla de un mero encuentro casual, que roza la eternidad:
And I don't think that I'll see her again,
But we shared a moment that will last till the end.
También estoy convencido —hasta el punto que uno puede estarlo en estas cosas— que la canción se ampara a la sombra de Ezra Pound y su famoso poema imaginista “In a Station of the Metro”:
The apparition of these faces in the crowd:
Petals, on a wet, black bough.

Compárese con estos versos (o lo que sean) de Blunt:
She smiled at me on the subway
[…]
I saw your face in a crowded place.


Lo más bonito, con todo, me parece el comienzo de la canción, donde habla de la brillantez de su vida, de la pureza, sin explicarnos aún el motivo, lo que provoca una hermosa extrañeza en el respetable, acostumbrado a lo sórdido de lo moderno o a la canción protesta. Luego, cuando nos explica que tanta pureza se debe a la visión de la chica, lo comprendemos todo, obviamente, pero al haber alterado el orden de los factores (empezando por la consecuencia) ha desmontado la espoleta de seguridad del tópico, permitiendo el estallido emotivo.

Con estricta justicia, aunque inconscientemente, Blunt, que ha usado de los ángeles para retratar a su preciosa y sonriente desconocida, les devuelve el favor. Después de hablar de la sonrisa en la cara del ángel, habla de encarar la verdad, con sólo un verso por medio:
There must be an angel with a smile on her face,
[…]
But it's time to face the truth
Usando de forma tan cercana el mismo significante, enlaza los dos signifcados: la cara del ángel es hermosa y feliz porque encara la verdad. Lo que es verdad.

lunes, 21 de agosto de 2006

Y de repente se acabó el verano


Un timbrazo estridente y ya está hecho trizas el veraneo. Un madrugón, si no es para pescar, es la cosa más triste que existe. No había que encender el aire acondicionado para estar fresquito: basta levantarse a las seis de la mañana y se te mete en los tuétanos una barra de hielo.

El hombre moderno vive divorciado de la naturaleza. No amanece con el sol sino cuando pita el despertador. No descansa con los ritmos de las estaciones sino con el dodecafonismo de los convenios laborales. No almuerza cuando lo pide el cuerpo sino cuando lo permite la jornada laboral. Es su sino.

Los que me conocen dirán: ¿pero usted no es profesor de secundaria, y goza de las vacaciones más envidiadas del planeta? Sí, pero incluso los profesores de secundaria nos casamos (quizá con un poco más de esfuerzo que un notario), y una vez que uno se matrimonia depende del horario de su señora tanto como del de la Consejería de Educación.

“En la salud y en la enfermedad”, dijo el sacerdote, revestido de profeta. Para el caso, pudo añadir “en las vacaciones y en el trabajo”. E igual que, en un momento de la ceremonia, simbolizando los bienes que se van a compartir, se intercambian las arras, habría que haberse intercambiado las amarras.

“Mal de muchos consuelo de tontos”, dice nuestro resabiado refranero, que parece que se duele de una pedrada. Todavía peor, aunque a veces más cierto, es “Mal de otros, placer de pillos”. Muchos de ustedes seguirán de vacaciones y algunos serán un poco malevolentes y disfrutarán más sabiendo que bastantes ya hemos empezado a levantarnos antes del alba. Pues eso, disfruten.

Generalmente escribo mis artículos con una gran limitación de público: para las buenas personas. Procuro alabar los sentimientos nobles, la bonhomía y los valores de siempre. Por una vez, para que no se diga, he escrito un artículo para que guste a los que gastan malas pulgas, que también tienen derecho, pobres.
[Diario de Jerez]

domingo, 20 de agosto de 2006

Apunte biográfico

Este fin de semana,
con unos años
—aproximadamente
tres— de adelanto,
sin darme cuenta,
he pasado mi crisis
de los cuarenta.

sábado, 19 de agosto de 2006

Política poética

Hay un aforismo de Heráclito el Oscuro que de puro claro no entrará jamás en los libros de texto de la Educación para la Ciudadanía: “Uno para mí es diez mil, si es el mejor”. Con una pequeña variación, cualquier hombre de letras podría (y debería) decirse: “Uno para mí es diez mil, si es el lector”. Y no es un consuelo; es una verdad como un castillo o una catedral del mar.

jueves, 17 de agosto de 2006

Viento fugitivo

Según mis planes, hoy tocaba colgar aquí la reseña sobre la Divina Commedia que publiqué en La Gaceta de los Negocios, dentro de la serie de recomendaciones librescas para el verano. Pero me ha entrado un ataque agudo de vitalismo y me he acordado (¡oh paradoja!) del poema “Digo vivir” de Blas de Otero:

Porque vivir se ha puesto al rojo vivo.
(Siempre la sangre, oh Dios, fue colorada.)
Digo vivir, vivir como si nada
hubiese de quedar de cuanto escribo.

Porque escribir es viento fugitivo,
y publicar columna arrinconada.
Digo vivir, vivir a pulso; airada-
mente morir, citar desde el estribo.

Vuelvo a la vida con mi muerte al hombro,
abominando cuanto he escrito: escombro
del hombre aquel que fui cuando callaba.

Ahora vuelvo a mi ser, torno a mi obra
más inmortal: aquella fiesta brava
del vivir y el morir. Lo demás sobra.

[Aviso: toda buena literatura es vitalista, la Commedia más que nada. De lo que debo de estar cansado es de leer mis artículos. Entre escribirlos, repensarlos, corregirlos, rehacerlos, comprobar cómo salieron publicados y colgarlos en el blogg, me paso el día frente al autor que tengo más visto, el que menos puede aportarme...]

miércoles, 16 de agosto de 2006

Por las tardes, merienda

Se me da mejor observar a los padres y a los niños desde cierta distancia. Ayer me invitaron a una merienda de pequeños y andaba desconcertado no sólo por el griterío y los besos con churretes (tan dulces), sino sobre todo por el rápido crecimiento de los hijos de mis amigos, que los hace irreconocibles. En un momento de vértigo, me acogí a una de las madres y le pedí auxilio con un discreto murmullo, casi al oído:
—Oye, ayúdame, esa niña de ahí, ¿quién es?
—Es mi hijo, Iñiguito.
—Ah.

martes, 15 de agosto de 2006

Asunción

En la bandera de Europa se rinde un homenaje a la Inmaculada, con su manto azul y las doce estrellas. Sólo por eso, yo ya sería europeísta. Paralelamente, aunque haciendo una cruz sobre España y Portugal, debería ir construyéndose de una vez una eficaz unión iberoamericana. A pesar de las dificultades, la Historia avanza, o debería, hacia lo que fray Luis llamaba "el pío de la Unidad". Algo dijo también Dawson. Algo Dante. Los primeros pasos sólo pueden ser los naturales, por cultura, geografía y/o lengua. Para la Unión Iberoamericana, Giménez Caballero propuso que la capital fuese Asunción, a la que sacó curiosos parecidos con Estrasburgo. Sería una manera igual de sutil de poner esa comunidad internacional bajo el amparo de una advocación de María, Reina del Universo. Y con ella, estos versos de Vicente Llamas:
En tu nombre simbólico palpita
un futuro soberbio
"asumir" y "ascender". Tal tu destino.

lunes, 14 de agosto de 2006

Precepto

Por talante (con perdón) soy muy enemigo de las imposiciones —y también de las prohibiciones. Por ejemplo, no me gusta que obliguen a llevar casco en las motos ni que persigan a los últimos fumadores con esa saña. Además, a mi talante (con perdón) se le suma cierto elitismo desdeñoso, y me parece una pérdida de tiempo y energía que se trate de obligar a lo que es objetivamente muy bueno, como a leer el Quijote o a comer jamón de jabugo... Pienso que quien no tiene la inteligencia para apreciar ciertas cosas, no se las merece y hay que dejarlo estar. Sin embargo, reconozco que ayer, domingo, al verme al fin acompañado en Misa y al contemplar a tanta gente y a tantas tan guapas y morenas (todo hay que decirlo) y a todos tan sonrientes y esas colas casi eternas para comulgar, no pude menos que dar gracias a la Iglesia por el pétreo precepto dominical.

sábado, 12 de agosto de 2006

El mar. La mar. El mar. ¡Solo la mar!

Tal vez la poesía de Rafael Alberti haya muerto de éxito, al menos la neopopular. Un síntoma es que fue pasto de parodias que muchos recuerdan por encima de los versos parodiados. Parte de culpa tuvo, me temo, el propio interesado, que cultivó hasta la desecación su imagen de poeta del mar.

Sin embargo, lo excelente de su obra (que abunda) merece una resurrección. Marinero en tierra, por el buen rato —como una brisa— que regala, muy a propósito para el veraneo. A quien se haya quedado sólo con las parodias le sorprenderá aquel joven que en los felices veinte (suyos y de Europa) escribía unas canciones siempre llenas de encanto y, a veces, incluso, de un monarquismo sentimental o de una religiosidad popular. El “Triduo de alba” es la única poesía moderna, hasta donde yo sé, que ha sido oficialmente ascendida a oración. Recitar sus tres sonetos tiene indulgencia parcial, como explicábamos aquí.

Los lectores de poesía (que haberlos, haylos) objetarán que el mar es tratado con más profundidad en el insondable Diario de un poeta recién casado de Juan Ramón Jiménez. Y así es, pero Marinero en tierra resulta imprescindible por la sal de sus versos: “¡Dejadme ser, salineros,/ granito del salinar!”.

El acierto esencial de este libro es expresar la nostalgia por su infancia a la orilla del mar con una pureza infantil. Sus poemas son, con las sombras justas, una elegía luminosa. La mejor manera de leerlos es en voz alta y, si puede ser, a un niño o a varios. Lo primero, porque destaca la musicalidad de estas canciones. Y lo segundo, porque los niños nos ayudan a compartir su atractivo inexplicable.

Que guste a los niños no quiere decir que sea literatura de menos calidad artística, sino más bien lo contrario. Marinero en tierra entronca con la gran tradición española: por una parte, el romancero, Gil Vicente, Lope de Vega y los cancioneros; por otra, Garcilaso y el Renacimiento. Y todo, con los aires tan modernos de 1924. Por ejemplo, para acabar con un verso refrescante, fíjense cómo éste, casi una greguería, describe el hielo: “cuerpo de roca y alma de vidriera”.
[La Gaceta de los Negocios]

viernes, 11 de agosto de 2006

Triduo de alba

Recomiendo Marinero en tierra en plan crítico literario, dejando fuera algunas cuestiones extrapoéticas, como mis recuerdos de infancia, o apenas rozando otras, como el curiosísimo hecho de que el "Triduo de alba" sea una oración oficial.

Pero como lo de la oración puede sonar increíble, lo documentaré. Lo afirman Robert Marrast (Rafael Alberti. Marinero en tierra. La amante. El alba del alhelí. Clásicos Castalia. Madrid. 1972) y Dámaso Alonso (Poetas españoles contemporáneos. Tercera edición aumentada y corregida. Gredos. Madrid, 1969). La historia es como sigue: durante el viaje por Castilla que daría lugar a La amante, Alberti pasa por el Monasterio de Santo Domingo de Silos, donde hace amistad con fray Justo Pérez de Urbel. Allí recita a los monjes los tres sonetos de su “Triduo de alba”, y el Abad (hombre de buen gusto poético, por lo visto) queda tan impresionado que, haciendo uso de una antigua potestad, concede ciento cincuenta días de indulgencia a todo aquel que los leyera o recitara con devoción. Concluye Dámaso Alonso: “Yo que los sé de memoria, los he dicho tantas veces, que de indulgencias me he debido ganar por lo menos varios años: no dejarán de venirme bien.”

No conozco otros poemas contemporáneos que se hayan incorporado de una manera tan canónica al devocionario cristiano. Esto otorga una graciosa singularidad al “Triduo de alba” dentro de la obra completa de Alberti, que no es, por otra parte, contra lo que pudiese parecer, ajena a la temática religiosa (véase, para una relación exhaustiva, el libro Alberti, poesía religiosa de Agustín Castro Merello, S.J. Fundación Mapfre Guanartene, 1997).

Para mi sorpresa, he comprobado que no es fácil encontrar en internet los tres sonetos. Paso a ofrecerlos, con la recomendación de que, ya puestos, se lean eso, con devoción.


TRIDUO DEL ALBA

I. Día de coronación

Sobre el mar que le da su brazo al río
de mi país, te nombran capitana
de los mares, la voz de la mañana
y la sirena azul de mi navío.

Los faros verdes pasan su diana
por el quieto arenal del playerío.
Del fondo de la mar, el vocerío
sube, en tu honor --¡tin, tan!--, de una campana.

¡Campanita de iglesia submarina,
quién te tañera y bajo ti ayudara
una misa a la Virgen del Carmelo

ya generala y sol de la marina!
La cúpula del mar, como tiara,
y como nimbo la ilusión del cielo.


II. Día de amor y bonanza

Que eres loba de mar y remadora,
Virgen del Carmen, y patrona mía,
escrito está en la frente de la aurora
cuyo manto es el mar de mi bahía.

Que eres mi timonel, que eres la guía
de mi oculta sirena cantadora,
escrito está en la frente de la prora
de mi navío, al sol del mediodía.

Que tú me salvarás, ¡oh marinera
Virgen del Carmen!, cuando la escollera
parta la frente en dos de mi navío,

loba de espuma azul de los altares,
con agua amarga y dulce de los mares,
escrito está en el fiero pecho mío.



y III. Día de tribulación

¡Oh Virgen remadora, ya clarea
la alba azul sobre el llanto de los mares!
Contra mis casi hundidos tajamares,
arremete el mastín de la marea.

Mi barca sin timón, caracolea
sobre el tumulto gris de los azares.
Deje tu pie, descalzo, sus altares,
y la mar negra verde pronto sea.

Toquen mis manos el cuadrado anzuelo
-tu escapulario-, Virgen del Carmelo,
y hazme delfín, Señora, tú que puedes...

Sobre mis hombros te llevaré a nado
a las más hondas grutas del pescado,
donde nunca jamás llegan las redes.

jueves, 10 de agosto de 2006

Ne quid nimis

En la reunión que dio origen a “La política” (que hoy reaparece en su sitio) se habló de este blogg y de todos ustedes. Preguntado, respondí orgulloso mis cifras de visitantes. Chasco generalizado y lluvia de blogs populosos como ciudades asiáticas o playas de moda. Pero por una vez fui inmune al éxito ajeno y progresista. Para mí, el blogg es una tertulia y, por tanto, no tendría que superar nunca los números a partir de los cuales las personas pierden el nombre y la voz. No niego que esas multitudes vendrían muy bien para mis pobres libros, pero aquí huyamos de los excesos: que yo pueda contestar los comentarios y devolver las visitas. En esto, como en todo, como en las siete y media de La venganza de don Mendo, sucede que o te pasas o no llegas:
Y el no llegar da dolor
porque indica que mal tasas,
pero ¡ay de ti si te pasas!,
si te pasas es peor.

miércoles, 9 de agosto de 2006

aPLAuso

Dice Pla: “Tema literario: dibujar en una línea y media, el vuelo de un pájaro.” Y con ese “y media” ya lo ha descrito.

Sobre conversaciones

Más de un lector del periódico de hoy pensará que he dado extraños circunloquios para volver a meterme con la política antiterrorista [¿sic?] de Zapatero. En realidad, fue todo lo contrario. Tenía muy planificado dedicar mis artículos de agosto a temas veraniegos, y esta semana tocaban las conversaciones de chiringuito y su casuística. En ésas, el rostro amable del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, anunciaba las conversaciones con ETA y entonces, irremediablemente, se me contaminó la fenomenología agosteña.

martes, 8 de agosto de 2006

Reloj

Cuando andaba escribiendo mi primer libro, caí en la cuenta de que el reloj de pulsera es talmente una esposa que te encadena al mundo. Me puse muy contento con mi descubrimiento y estaba deseando tener ocasión de exponerlo al mundo en algún poema. No hubo ocasión. Luego me alegré porque la imagen me pareció manida y demasiado evidente. Ayer, sin embargo, me di cuenta de que en el desorden libertario del veraneo estaba dejando olvidado mi reloj en la mesilla sistemáticamente. Cuando fui a ponérmelo, algo dentro de mí se rebeló y recordé aquella idea juvenil. De pronto esa imagen conceptista se me hacía palpable con una intuición puramente poética. Ya no importa que no fuese original, porque es verdadera.
[Otra cosa es que ahora no me parece mal estar un poco esposado al mundo y que veo esta rebeldía anarcoide como una ineficiente debilidad mía. Pero de esto ya hablaremos otro día.]

lunes, 7 de agosto de 2006

Retornos (II) a "Retorno a Brideshead"

Dos de los comentarios a mi reseña de esta novela, señalan la inconsistencia del personaje de Sebastian, que no les resulta tan fascinante como pretende Evelyn Waugh, sino más bien fastidioso con Aloysius, su osito de peluche y eso.

Yo creo que la peor parte de ese fenómeno se debe a la adaptación televisiva, que como dice insuperablemente hjalbero "deforma la novela sutilmente. Sin embargo es el mejor intento que conozco de llevar a la pantalla una obra literaria". En la serie, mientras Jeremy Irons borda el papel de Charles Ryder y casi lo enriquece, Anthony Edwards (que no es ni mucho menos tan guapo como se describe a Sebastian Flyte) no logra levantar su papel, con una interpretación excesivamente apoyada en las excentricidades. Por otro lado está el problema del doblaje, aquí particularmente penoso: no es lo mismo el acento oxoniense que una especie de remedo hispánico amanerado, que no existe. La serie gana mucho vista en v.o.

Por otra parte, denunciada la culpa de la serie, tampoco hay que olvidar que la novela no va sobre Sebastian Flyte. Su fascinación es un punto de partida porque él, como se repite varias veces en la historia, es el precursor. Sucede, además, que enseguida empieza su proceso de autodestrucción. Pero lo cierto es que su encanto influye no sólo sobre Charles y Cordelia, como apunta hjalbero, sino también sobre Nany Hawkins, el peluquero, los confesores de su colegio, Anthony Blanche (en versión envidia), Bobby Mulcalster (en versión snob), el monje enfermero (en versión caridad), sobre el criado de Charles y (tremenda hazaña) sobre el hosco Mr. Ryder padre.

Lo del osito, que choca a Dal, cumple su función novelística, que es chocarnos. Para mí que sin la mediación de la película, no sería tan repelente; pero en cualquier caso, la idea de Waugh es que lo fuera un poco y que o hiciera gracia al estilo de una rima nonsense, como al peluquero, o que fastidiase a otros, como al primo Jasper, o que otros viesen en Aloysius un símbolo de la inmadurez de Sebastian, como hace Clara.

domingo, 6 de agosto de 2006

La política

Tenía planeado escribir un artículo sobre la política. No se asusten; o asústense más: me refiero a la familia política. Empezaría recordando el adagio que nos aconseja no hablar del tema, pero replicando que, después de pasar tantas horas con ellos, quién se calla.

Como mal menor, lo prudente sería, para evitar redundancias, no hablar de política con la política. Yo eso lo había conseguido hasta ahora parapetándome detrás de un libro o haciéndome el tímido, pero desde que escribo artículos de opinión, estoy perdido. Cuando llego a la reunión, todos saben ya qué pienso de Zapatero, y hay que dar largas e inútiles explicaciones.

Se podrían hacer dos apuntes más generales y abstractos. Primero, que cierto desencuentro es normal si caemos en la cuenta de que a uno, como dice la canción, le encontraron en la calle y es, además, de su padre y de su madre. La segunda reflexión sería caer en la cuenta, precisamente, de que algo tan natural, tan entrañable, tan cariñoso como es la familia propia resulta inconcebiblemente la familia política de nuestro cónyuge.

Con esas ideas, y un poco de inspiración, se podría lograr, creo, un artículo aceptable, con su dosis de dramatismo, y hasta de tragedia y tal vez un poco de humor (negro). Ayer fui a pasar el día entero con ellos y, como ya lo tenía decidido, alevosamente cogí la libreta mental para ir apuntando detalles que le diesen realismo al texto, adjetivos exactos como dardos, anécdotas sabrosas…

Sin embargo, fueron encantadores, pasaron un tupido velo por mis inaceptables ideas políticas, comprendieron que derramara el vino en la comida y hasta parecía que no lamentaban demasiado que mi mujer hubiese escogido así.

A la vuelta pensaba que nunca seré un buen periodista, porque dejo que la realidad me arruine una noticia o, en este caso, una columna. No escribiré el artículo de marras.
[Publicado hoy en las páginas de verano del "Diario de Jerez"]

viernes, 4 de agosto de 2006

Traducir del español

Cuando dije que Leonor se había comprado unas sandalias doradas en el mercadillo, no sabía donde me metía. Y no porque a algún lector anónimo le haya servido el asunto para tirar dardos irónicos a nuestra supuesta sencillez por mercar en unos tenderetes en vez de irnos de compras a Londres, como Zapatero. El problema de haber escrito "mercadillo" es que en El Puerto no se llama así. Un amigo indígena que entró en mi blogg lleva riéndose de mi acento madrileño desde entonces. Aquí el mercadillo se llama "Los gitanos". O sea que Leonor se compró sus sandalias en Los gitanos.

¿Que por qué no lo dije así? Pues porque cuando uno escribe, aunque sea en español, también tiene que traducir, como explicaba Eugenio d'Ors. No rechacé el nombre local por political correctness, que quede claro: para mí la gitanería es casi un blasón de nobleza, por motivos que explicaré en alguna próxima entrada. Lo quité porque me pareció que un nombre así de típico se comería mi historia. Por ejemplo, Inma, que es de Tarragona, no se habría fijado en las sandalias, y nos habríamos perdido su retahíla. Para una novela, y más si es costumbrista, y más si es de Fernán Caballero, que el mercadillo se llame Los gitanos es perfecto. Para una nota de blogg me pareció demasiado. Si acerté o no, ya no se sabe, pero escribir es tener en cuenta esos matices y equilibrios.

Ahora Luis, que nos visita desde Miami, pero es más de Cádiz que La Caleta, dirá: "Y menos mal que Leonor no compró sus sandalias en el mercadillo de la capital, que se llama El Piojito".

jueves, 3 de agosto de 2006

La mezcla

Por razones obvias, la última entrada de CRM me gustó muchísimo. Creo, sin embargo, que no me engaña la vanidad cuando pienso que ese cruce de sonrisas en la librería tiene mucho encanto. Y espero que tampoco me engañe la bibliofilia: las librerías son un sitio especialmente diseñado para el flirteo: el semisilencio siseante, la gravitación que ejercen todas las historias que esperan en las estanterías, la posibilidad de revisar los lomos, volviendo a ser sólo una misteriosa presencia física… En El sueño eterno hay una escena que no tiene desperdicio en la que Humphrey Bogart flirtea con una librera en una tarde de lluvia.

Todo lo cual me trae el recuerdo (por cuarto día consecutivo) de Mario Quintana. Resulta que mi cuñado, que tiene fama de guapo, iba a Brasil a coger olas. Aprovechando su viaje y su disponibilidad, le di una lista de poetas brasileños para que me buscara sus libros. Con su atlético moreno surfero entró en la librería especialidada que le habían recomendado en el hotel. Según contó después, la joven dependienta apenas le miró o lo hizo con desdén, pero cuando él empezó a pedir libros de poesía, a ella, sorprendida, se le iluminó la cara y, entre sonrisas y alabanzas a su gusto lírico, le invitó a un concierto y como no, a cenar, y como no, a salir a tomar un café cuando cerrase la librería… Mi cuñado venía asombrado de lo que se liga con la poesía, incluso un poco preocupado por las tentaciones a las que se ve sometido el inocente marido de su hermana.

—"Es la mezcla, Agustín, es la mezcla", le tranquilicé cuando nos lo contaba.

Y alguien añadió: “El hombre ideal tendría la inteligencia de uno y el físico de otro”. Aquello ya a ninguno de los dos nos hizo gracia.

miércoles, 2 de agosto de 2006

Viajes y otras hierbas

Sobre mi artículo de hoy habría mucho que matizar. Toda una fenomenología: no son lo mismo el turismo (que rima con consumismo), un viaje llamado de placer, una peregrinación, una misión diplomática, una excursión, una aventura, un descubrimiento, una vuelta a casa como la Odisea, un viaje iniciático, un viaje de estudios o una visita a la familia de tu mujer...

Pero toda distinción tendrá, en el fondo, que tener muy en cuenta la que establecía Unamuno entre la topofobia (donde el que viaja huye de su realidad, y a veces -añado yo- de sí mismo) y la filotopía (cuando lo que motiva el viaje es el amor hacia el nuevo lugar). Yo, si no fuese por Roma y también por Londres, podría decir que mi filotopía es casi monógama con el Puerto de Santa María.

martes, 1 de agosto de 2006

Bis

Ayer todos aplaudieron mucho a Mario Quintana. ¡Bien hecho! Estoy muy orgulloso del buen gusto de mis amigos y visitantes. Todavía encontrar sus poemas en España es misión imposible. Yo los he traducido y están a punto de salir en la pequeña editorial de Abel Feu y, luego, es probable que en La Veleta, al cuidado de Andrés Trapiello. Mientras tanto, como varios expresaban sus deseos de leer la poesía de Quintana, aprovechando los aplausos, hoy Mario Quintana hace un bis:

MOMENTO

El mundo es frágil
y lleno de temblores
como un acuario.

Sobre él diseño
este poema: imagen
de otras imágenes…