miércoles, 22 de noviembre de 2006

Patas arriba

Hegel vio que el hombre moderno había sustituido la oración de la mañana por la lectura del periódico. El hecho es tan indudable como que en el pecado llevamos la penitencia, pues, en vez de amanecer con la paz interior que produce el contacto con el Absoluto, empezamos el día con el pesimismo y la inquietud que, por regla general, suelen producir las últimas noticias.

Cunde la sensación, que se acelera por días, de que todo anda al revés. Los jueces son, dicen, los que entorpecen el proceso, mientras que De Juana Chaos (veinticinco asesinatos) es un hombre de paz; las víctimas molestan y los batasunos son interlocutores necesarios; los alumnos amedrentan a sus profesores y golpean a sus compañeros; el cambio climático caldea los polos; la gente honesta, con la inseguridad ciudadana, se siente perseguida; los perros muerden a sus amos; se puede uno cambiar el sexo en el Registro Civil y/o en el quirófano; el matrimonio es a la carta y los divorcios a la carrera… No se me escapa, desde luego, que estas revoluciones no son equiparables entre sí y que cada una tiene sus peculiaridades; pero lo indiscutible es que el cuadro general es de mucha inestabilidad y que su denominador común es la inversión. Los griegos ya describieron estas épocas hablando de sus efectos colaterales y contagiosos: de hijos que se rebelan contra sus padres y de animales que se revuelven contra sus dueños.

Asomados al balcón del periódico nuestro de cada día, viendo el panorama, parece que se cumplió al pie de la letra aquel poema de José Agustín Goytisolo, que cantaba Paco Ibáñez y que ha acunado la adolescencia de los progres de la generación de, entre otros, el presidente Zapatero: “Érase una vez/ un lobito bueno/ al que maltrataban/ todos los corderos./ Y había también/ un príncipe malo,/ una bruja hermosa/ y un pirata honrado./ Todas estas cosas/ había una vez,/ cuando yo soñaba/ un mundo al revés”. El irrenunciable poeta Javier Salvago, hablando de sus aspiraciones a maldito, nos había advertido “que hay que tener cuidado con los sueños/ porque, a veces, resulta que se cumplen”.

Cumplidos esos ideales del sesenta y ocho, algunos van despertando y se frotan los ojos incrédulos. Otros siguen pensando que soñar no hace daño y se disponen a expandir sus gráciles fantasías por todas las civilizaciones. Yo sigo fiándome del experto Salvago, que lo explicó de forma definitiva en el poema “Epílogo”: “Soñar es gratis, dicen. Sin embargo,/ quien ha soñado sabe que los sueños/ se suelen pagar caros”. Y lo peor es la sospecha de que la factura nos la van a pasar a mi generación y a las siguientes.

[Aviso: en la edición digital, al artículo le han puesto los puntos y aparte puestos al voleo, por lo de patas arriba, supongo.]

3 comentarios:

Corina Dávalos dijo...

Será que se pone demasiado énfasis en la inversión: a corto plazo y para un único beneficiario. Muy buen artículo, y los poemas un respiro entre tanto enrevesamiento. Gracias!

Rictus Morte dijo...

Hacía ya tiempo que me habían aconsejado su blog, pero como uno no tiene tiempo ni para leer el periódico por la mañana -aunque aún reza un poco- no he podido hasta ahora, con la feliz casualidad de coincidir con tan magnífico artículo. Mi enhorabuena y un saludo

Anónimo dijo...

Pues yo me levanto con la COPE, que me da mucha paz. Lo recomiendo para los que quieran sosiego.