viernes, 25 de septiembre de 2009

Gritar "¡Silencio!"

La educación implica cuestiones esenciales que del Rey abajo todos estamos descubriendo por fin. Hace poco dedicamos aquí un artículo a la autoridad en el sistema educativo a cuenta de la manía de descolgar los crucifijos, que, aunque no lo parezca, tiene bastante que ver. Esperanza Aguirre propone ahora concedernos la autoridad por ley a los profesores o, para ser más exactos, concedernos el rango de autoridad pública, que la autoridad auténtica es otra cosa. Yo estoy a favor, desde luego, aunque preferiría que entre todos no nos la hubiesen extraviado de antemano ni que tuviésemos que esperarla de los políticos, como si a ellos les sobrara.

Dicho esto, planteémonos la pregunta principal de la educación: ¿qué enseñamos? Si la contestamos, ganaremos en autoridad, precisamente. La cuestión la puso sobre el tapete Luis Cernuda cuando aseguró que “Nadie enseña lo que importa/ que eso ha de aprenderlo el hombre/ por sí solo”. Lo paradójico es que eso mismo, tan importante, nos lo enseñó Cernuda.

Importa mucho, además, saber más que lo que importa, que en el fondo son muy pocas cosas. Según la poeta Amalia Bautista: “Al cabo, son poquísimas las cosas/ que de verdad importan en la vida:/ poder querer a alguien, que nos quieran/ y no morir después que nuestros hijos”. Nosotros podríamos sumar otras, sí, pero no muchas más. Por eso dice Víctor Botas en un poema titulado “Fin de carrera”: “De estas aulas/ lo bonito sería que salierais/ —amén de preparados para la útil/ ganancia de un dinero— con la mente/ al menos respetuosa y bien dispuesta/ para admirar las artes que al contrario/ de cuanto os he enseñado... sí perduran”.

Si se ensamblan con cuidado los tres poemas, tenemos la respuesta. El profesor no podrá enseñar a sus alumnos ni con un flamante rango de autoridad pública lo que importa, esas pocas cosas que decíamos antes y que ellos tendrán que aprender solos o más bien traerlas aprendidas de sus casas. Pero podrá enseñar las otras, las necesarias para ganarse una vida en la que estar abiertos a lo fundamental. Y también intentará el buen profesor crear un silencio, un respeto, un interés, una inquietud y, en los mejores casos, una vocación por seguir adentrándose solos en lo que sí perdura.

Parece lioso, pero no lo es. Además, uno, como profesor, ya está acostumbrado a vivir entre las paradojas con la soltura con la que Pedro Salinas vivía en los pronombres. De hecho, si yo tuviese que describir en cuatro trazos mi trabajo lo haría con esta definición de andar por clase: “Profesor: el que grita ‘¡Silencio!’”

A ese grito siguen unos segundos de atención expectante —los alumnos con el alma en los ojos y los ojos muy abiertos— que son lo más valioso de la educación. No decepcionar nunca del todo esos segundos es la misión del profesor; y que acaben siendo una actitud ante la vida, su sueño.

6 comentarios:

ACdR dijo...

Qué tres poemas, Enrique, y qué hermosa síntesis la tuya (“y no morir después que nuestros hijos”, qué fuerte y qué verdadero). Me lo aplico todo, ojalá pudiera estar a la altura de semejante programa.

Lo que no termino de verme es gritándoles “¡Silencio!”. A mí me funciona mejor hablarles bajito...

Desde luego, el blogg está en racha este comienzo de curso. Gracias, A.

Ángel Ruiz dijo...

¡Es un artículo excelente!
Yo me quedaba afónico con los de la ESO. Y la definición es muy buena, es mucho más que mandar callar.

Manupé dijo...

Y pregunto yo: ¿ le damos autoridad pública sólo a los profesores de colegios públicos y concertados o también a los de los privados?.
Ya que estamos podemos aprovechar y meter en el mismo saco ( verás como no faltará quién lo diga) al profesor de guitarra de mi niña, por si en un ataque de ira, al tocar la banda sonora de vickie el vikingo por cuarto mes consecutivo, angelito mío, le tira la guitarra al maestro, o al profesor de la autoescuela por si algún alumno se cabrea cuando le cobren otras veinte clases prácticas más después del cuarto suspenso con la bonita excusa de que aún está verde.

Por último me asalta una duda, ¿Un profesional de coctelería,por ejemplo, dando clases en una escuela de hostelería, es profesor o profesional cualificado?

Complicado veo el tema.

Máximo Silencio dijo...

Enrique, la pena es que gritar ahora en clase no sirve para nada. Lo digo por que soy alumno de bachiller y cuando un profesor se pone a gritar nos reímos más de él que otra cosa.

El problema esta que en la sociedad actual no se respeta a los intelectuales, creemos que todo sale de conductas pragmáticas, útiles y no del saber profundo. O eso creo yo.

Un saludo y como siempre un post excelente.

Ángel Ruiz dijo...

Le he estado dando vueltas a la definición. Junto a 'Profesor: el que grita silencio' (verdadera por descriptiva) se podría poner 'Profesor: el que impone silencio' (pero que habría que añadir entre paréntesis 'si lo consigue') o 'Profesor: el que consigue que cada uno descubra el silencio' que eso ya sería la repanocha.
Y ya se ve lo reaccionario que soy, que ni se me ocurre sugerir una definición como 'Profesor: el que crea condiciones de diálogo' o algo así.
Y el artículo es excelente, lo vuelvo a decir.

Anónimo dijo...

Precioso artículo, no de andar por clase precisamente, sin más.
Leer también es tener un poco el alma en los ojos.
JGM