domingo, 9 de febrero de 2014

Lenguaje no verbal y sexo


Recién acabado el artículo, llevamos a los niños a la Carpita, que es el parque de nuestro club. Hasta ahí todo normal. En la valla, mi mujer enseña su carnet y el de los niños. El mío se ha perdido. La vigilante, que es guapa en serio, cuenta tres carnets y ve a cuatro personas en el coche. Yo la miro, y hago un gesto que quiere decir: "Soy un desastre y he perdido el mío, pero siendo socios mi mujer y mis hijos, es lógico que lo sea yo también, como usted que es a la par inteligente y comprensiva (dejando fuera lo de guapa, que también), entenderá a la perfección". Eso decía mi gesto y eso entendió ella a la primera con una sonrisa que me decía: "Ya, ya, pasa, desastrillo". Sentirme tan no verbalmente acogido me dio un pequeño calambrazo de, digamos, satisfacción. Y entonces vi por qué el lenguaje procaz es tan repulsivo. No se trata sólo de mi ñoñería sino de su absoluta impropiedad. En el sexo entramos en el reino de lo implícito y, sobre todo, del lenguaje no verbal. La pobreza que demuestra lo otro es pasmosa y desnaturalizadora. 


1 comentario:

Anónimo dijo...

No estoy de acuerdo; es generalizar demasiado. Catulo, por poner un ejemplo, es bien explícito a veces, lo que a mi parecer no quita ni estorba a su grandeza. Y los ejemplos podrían multiplicarse con facilidad. El lenguaje sexualmente explícito puede desde luego ser impropio, pero no lo es POR DEFINICIÓN, y a veces resulta perfectamente apropiado. Lo que sí es cierto es que, por lo caracterizado y subrayado que resulta, hacen falta un instinto verbal y una inteligencia nada pequeñas para manejarlo con acierto, cosa bien difícil.