viernes, 7 de marzo de 2014

... Y Sevilla


La inteligencia es mágica: hace aparecer ante nuestros ojos atónitos, de repente, la realidad. 
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Tras ese aforismo, no me quedaba más remedio que abrir los ojos con desesperación tratando de ver la realidad. Por amor propio, aunque fuese
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El día está espléndido y generoso. Tiene la delicadeza de resumírseme él solo en una imagen. En un paso de cebra de la Avenida de la Palmera, una chica con unos ojos azules de agua frágil miraba al sol de frente. 

Tantas ganas de sol teníamos. 
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Al subir del aparcamiento subterráneo, una sensación intensísima ya conocida. Pensar que mis hijos disfrutarán de Sevilla. Es mi versión del "Pequeño testamento" de d'Ors.  Supongo que es un efecto colateral de lo de Villalón de que el mundo se divide en dos: Sevilla y Cádiz. Les quiero dejar el mundo y me sale Sevilla, me digo, dándome por irrecuperable para la causa del internacionalismo.
A cambio, doy mis primeros pasos por Sevilla leyendo en el móvil una carta escrita en Santiago de Compostela, y me siento mucho menos provinciano. No sé si este cosmopolitismo compostelano tiene mucho fundamento, pero como aliteración es imbatible. 
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El día está precioso, con una luz que se resiste a dejarnos, y no me extraña. 
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Qué dulces de recordar 
los amores olvidados.   
(Y a mayor olvido, más.)  
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Pasa, por cierto, una chica impresionante, muy alta y  ceñida, explicando por su móvil: "No quiere quedar conmigo, porque..." Y uno, que supone que los ojos no le engañan, se pregunta si serán sus oídos los que han tenido una alucinación.
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El móvil ha animado mucho los recorridos urbanos. Cierto que antes se podrían oír las conversaciones, pero no eran tan frecuentes, ni a un volumen tan alto, ni tan íntimas ni tan desapercibidas del mundo circundante. Los que escuchan en cualquier conversación miran, muy distraídos, alrededor, vigilantes. 
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Mi iglesia de Sevilla es la Magdalena. Y, contra todo pronóstico, llego a misa. En la cola de comulgar me tengo que reprimir para no ir dando saltos de alegría.
Era la misa por los padres de Aquilino Duque. Para que luego pensemos que estas cosas sólo pasan en los pueblos. Saludo a todos los hermanos Duque muy sorprendido y contento de la casualidad. Y Aquilino se viene conmigo a la presentación del libro de Karmelo Iribarren. 
De camino, sobre las azoteas, aún prendida de la luz de la tarde, ¡joe, la Giralda! 
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La presentación. 1) Karmelo explica cuánto le gusta Pla y pone como ejemplo la entrada de las habas y los guisantes, de Notas dispersas. Yo doy un respingo en mi silla, porque es también una de mis favoritas. Cualquiera mira a Karmelo, me mira a mí, y cómo va a sospechar tantas afinidades tan concretas. 2) Para que no se me suba a la cabeza, una diferencia sutil, pero muy significativa. Cuenta que conoció a un juez muy simpático pero que no se le iba de la cabeza que ese hombre podía meterle en la cárcel. A mí, que conozco a varios jueces, eso no se me ha pasado nunca por la cabeza, pero le entendía perfectamente, porque me pasa algo muy similar con los inspectores de Hacienda. Y 3) Había confesado Karmelo que no había leído su libro desde que corrigió pruebas. Ahora lo leía y era precioso ver cómo le iba gustando. Quizá alguien del público creyó que era impostada esa sorpresa positiva con sus propias prosas, porque unas adolescentes muy rendidas se reían mucho, pero era una sorpresa auténtica y conmovedora. 
En la cena, desatiendo a Karmelo (muy bien atendido, por otra parte) y me dedico a las hijas de mis amigos poetas. Con B., de Abel Feu, y su amiga, que son adolescentes, hago por fin la buena obra del día y les pongo tarea. Tienen que ver los seis capítulos, seis, de Orgullo y prejuicio: 1, 2, 3, 4 (incompleto), 5 y 6. Pocas cosas más oportunas y necesarias para unas adolescentes postmodernas. Les aseguro muy severamente (el nuevo puesto del IES me ha dado otro empaque) que la próxima vez que las vea les pediré cuentas. 
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T., una de las hijas monjas de Aquilino, es una inteligencia privilegiada. Estudió Filosofía con entusiasmo y no sé cuántas cosas más. Ahora es la ecónoma de su comunidad. Le pregunto si le da tiempo a leer y me dice: "Tengo muy poco tiempo, pero aprovecho la gripe". Y hay tal cara de ilusión, de alegría inmensa, de pequeña travesura, de delectación intelectual en esa gripe aprovechada, que me emociono. Ha hecho conmigo la obra buena del día. Nada más que por esa gripe tan agradecida y tan feliz ya merecía la pena el viaje a Sevilla. 
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Me monto muy tarde en el coche de vuelta. No importa. Me imagino que tengo insomnio… y qué suerte entonces tener algo que hacer, en vez de estar dando vueltas en la cama, molestando a Leonor. 

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En la autopista, se me cruza una rata...

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Ya en Jerez, enfilando el Puerto, aparece por el horizonte una luna creciente roja. Casi me salgo de la carretera volviendo el cuello para verla. Hubiese entonces resultado exactisímo aquello de "Y su epitafio la sangrienta luna".

Presa del síndrome de Stendhal, me echo a la cuneta y saco una fotografía.



Es mala, lo sé, pero me pasaban rozando otros coches y no se me iba de la cabeza lo del dichoso epitafio. Encima, por el horizonte, a mi espalda veía las luces azules de un coche de policía y, aunque no son inspectores de Hacienda, tampoco quería dar lugar a incómodas preguntas de los agentes de la autoridad ni a mis incomprensibles respuestas stendhalianas. Si me acerco con el ordenador, se ve mejor. Las luces de la derecha son el penal de Puerto 3, lo que también tiene su lirismo. ¿Cómo verían los presos esa luna alucinadamente roja? 



Y acercándome aún más, un cuajarón de luna, que impresiona. ¿O no?

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Llego a casa tarde (qué silencio cuajado de respiraciones claras y latidos diminutos, por cierto) y mañana me tengo que levantar muy temprano; pero me ha ido tan bien lo de la mentalización del insomnio, que lo intento de nuevo. Me espera una siesta, um, muy larga, me sugiero. Hacía tiempo que no podía darme una siesta así. Qué suerte. 


3 comentarios:

Adaldrida dijo...

Envidia feroz.

AFD dijo...

Qué buena entrada, Enrique. Y qué bueno que salves ratas. Y qué miedo hacienda.

Anónimo dijo...

Si hilara tan fino - y tan bien- sería un poco poeta...de Sevilla, claro.