lunes, 16 de febrero de 2015

Bibliófago


Para escándalo de Abel Feu y otros amigos bibliófilos, leo subrayando, casi masticando el volumen. Cuando termino, leo mis subrayados. Cuando termino, apunto en una ficha los resubrayados. Eso explica que, al final del proceso, acabe entusiasmado casi siempre con el autor. Durante dos vueltas he leído sólo lo que me ha gustado mucho en la primera, y lo que no me gustó pasa al fondo de una pasta de papel que no sirve más que para recordarme la travesía que hice para llegar a lo bueno y que, por tanto, de una manera más vanidosa y pueril, también me gratifica. 

Eso, en general. Me acaba de pasar una cosa extraña. He disfrutado muchísimo un libro (O obvio ululante de Nelson Rodrigues), pero cuando he ido a por los subrayados he visto que no eran tantos como se podía esperar de mi entusiasmo. Y mis notas han sido poquísimas. Lo he visto como un buen augurio, otra forma de disfrutar de un libro. No por lo que me dice el autor, grandes frases memorizables, sino por cómo me lo dice y quién. Un encanto personal, digamos. Supongo que me habrá pasado muchas otras veces, pero esta vez me ha sorprendido tanto el contraste entre placer y ficha que he sido consciente. Ha resultado un descubrimiento muy agradable también. 






1 comentario:

Paco Sánchez dijo...

Con Nelson Rodríguez pasa mucho eso. Sï.