lunes, 13 de julio de 2015

Esperanzas


En el paseo por Cádiz, cuántos tatuajes entre el respetable. Yo, que ya tendía a la derrota y al pesimismo, me vi en un mundo ajeno, sombrío, como de El señor de los anillos cuando proliferan la oscuridad y los orcos. El tatuaje tiene su resaca, además, porque luego hay que desnudarse para enseñarlo. Así que es un dos por uno, si me entienden. Cuando andaba más pesimista que nunca jamás, este cartel vino a encenderme una esperanza. Hay vuelta atrás.

En misa me distrajo un efecto físico. Cuando el ventilador apuntaba hacia mí no notaba nada, pero unos segundos más tarde, cuando había girado hacia otros bancos menesterosos y calcinados, me llegaba una lenta ola de frescor. Pensé que así es con todo. Deducimos que nuestro trabajo no llega a nada y no consigue nada, pero, sin embargo, quién sabe si, cuando ya nos hemos vuelto hacia otras labores, no está llegando allá, a nuestras espaldas, la brisa de nuestras vueltas y revueltas. 

Al fin cayó la noche de verdad y volvíamos al coche. Y Quique, de pronto, tuvo una revelación estética. Viendo sus sombras cruzadas por las distintas farolas del paseo marítimo, gritó: "Papá, ¡tengo dos sombras, una azul y otra negra!" Y era verdad y nunca el negro ni el azul sobre el suelo me parecieron más bellos. Carmen tuvo que sentir algo parecido porque se fijó y dijo: "Qué bonita es mi sombra". Hasta las sombras se salvan.


1 comentario:

Anónimo dijo...

El aficionado al tatuaje puede cambiar de gusto, y de sentimientos, y, borrado el que haya perdido interés, retatuarse con otros motivos, haciendo de su piel algo parecido a un palimpsesto.
Jilguero.