viernes, 5 de febrero de 2016

La gola de vuestras opiniones



Shakespeare se abre camino siempre, como un río poderoso. Así su Tomás Moro. Mirad cómo lo recita sir Ian McKellen, oíd el discrurso contra la rebelión que pretende, con una mezcla de xenofobia y odio de clases, echar a los extranjeros de Inglaterra. Y ved lo que dice Shakespeare, Tomás Moro, ambos: 















TOMÁS MORO:

Dadlos por expulsados, pensad que vuestro ruido 
ha acabado con toda majestad en Inglaterra. 
Imaginad que veis a esos desgraciados 
cargando a sus espaldas sus niños y sus bultos 
hacia puertos y costas en busca de transporte, 
y que cumplís, cual reyes, todos vuestros deseos, 
muda la autoridad ante vuestras bravatas, 
y vosotros vestidos con la gola de vuestras opiniones; 
¿qué habríais conseguido? Os lo diré: enseñar 
a la insolencia y a la mano dura a vencer, 
a avasallar el orden. E instaurado ese método, 
ninguno de vosotros a anciano llegaría, 
porque nuevos rufianes y según sus caprichos, 
con esa misma mano, esas mismas razones y ese mismo derecho, 
os harían sus presas, y los hombres, 
como peces hambrientos, unos
a otros se devorarían.


[...]



... Aunque estéis desesperados, 
lavad con lágrimas 
vuestras mentes manchadas, y esas manos 
que, al rebelaros, contra la paz alzáis, 
alzadlas por la paz; y vuestras irreverentes rodillas, 
convertidlas en pies. Arrodillarse 
para pedir perdón es más seguro 
que cualquier guerra cuya disciplina 
sea la rebelión. 
¡Entrad, entrad en la obediencia! Ni 
aún la rebelión podría proceder sino con obediencia. 
Decidme sólo esto: ¿Qué capitán rebelde, 
iniciado el motín podría con su nombre 
retener a la chusma? ¿Quién obedecerá 
a ese traidor, cuya proclamación 
de “capitán” no os puede sonar bien 
llevando el adjetivo de “rebelde”? 
Los extranjeros los derribaréis, 
los mataréis, les cortaréis el cuello, ocuparéis sus casas 
y llevaréis atada la fuerza de la ley 
para azuzarla como a un perro. ¡Ay! 
Digamos ahora que el monarca, 
que, cuando el criminal se arrepiente es piadoso, 
se queda corto ante esta enorme ofensa, 
y apenas os destierra: ¿Adónde iríais? 
¿Qué país, a la vista de vuestro yerro, asilo 
os daría? Id a Francia, a Flandes, 
a Alemania, a España, a Portugal, 
a cualquiera que no sea aliado de Inglaterra, 
y allí tendréis que ser extranjeros. ¿Querríais 
dar en una nación de carácter tan bárbaro 
que, revolviéndose en atroz violencia 
no os dejase encontrar un cobijo en su suelo, 
sus odiosos cuchillos afilase 
contra vuestras gargantas, despreciándoos 
como a perros, lo mismo que si Dios 
no os hubiese creado y no os reconociera; 
y como si no fuesen los elementos útiles 
para vuestra existencia, sino una propiedad 
para ellos reservada? ¿Qué diríais 
si os tratasen así? Tratáis así a los extranjeros. 
Así es vuestra oceánica falta de humanidad.




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