martes, 11 de julio de 2017

Nombres propios


En sus recién publicadas por primera vez en español Impresiones irlandesas (1919, pero aquí en Ediciones More, 2o17) dice Chesterton que ha ido viendo como sus bromas absurdas se iban convirtiendo en profecías. Salvando las distancias, algo parecido me ha pasado a mí, gracias a él.

Suelo contarles a los alumnos que pasan por mi despacho lo que significa su nombre, si lo sé, y quién fue su santo patrón o su patrona, incluso. Generalmente los adolescentes no tenían ni idea. Algunos sienten una ligera curiosidad y me lo agradecen; a otros les entra una ligera risita,, y me la merezco, por metementodo. 

Lo hacía como una pequeña broma y para romper el hielo y como truco mnemotécnico para tratarlos por su nombre la próxima vez; pero el mismo Chesterton en el mismo libro me ha explicado el sentido de mi broma. Cuenta que el campesino irlandés podría muy bien no saber ni leer ni escribir su nombre, Miguel, por ejemplo, pero sí sabía que era el del capitán de los Arcángeles y que derrotó a los demonios con el grito "¿Quién como Dios?" y que se le quedó ese nombre, como avisando. Un oficinista de Londres que se llame Miguel puede muy bien leer su nombre y hasta escribirlo, pero si no sabe qué significa ni por qué, ¿quién es más sabio, eh?

O sea, que yo soy chestertoniano hasta preventivamente, y profe hasta inconscientemente. Ahí les daba la clase sobre su nombre a todo el que se me pusiera a tiro. Ahora entiendo mejor a los agradecidos (antes entendía igual a los de la risita) e incluso comprendo esos cartelitos que venden por ahí con un significado diz que etimológico de los nombres, que algo es algo y algunos tienen gracia y son verdad, aunque no toda.

Así que me he venido arriba y me voy a permitir dar un consejo. Hay que poner a los hijos nombres que tengan cuanta más historia y significado por detrás mejor. En la etimología y en la mitología y en el santoral y también en la tradición familiar. Porque cuando crezcan se les podrá ofrecer una buena porción de historias y, sobre todo, de sentido, que son cosas de las que los adolescentes adolecen, como su propio nombre indica. El nombre propio puede remediarlo un poco y muy bien.

[Pido a los generosos lectores de RyT que no compartan esta entrada en las redes sociales. Mientras escribía esta nota de lectura de Impresiones irlandesas, me di cuenta de que podría servir de artículo para el periódico y ya me lo iba a llevar a la otra carpeta cuando me dije: "¡Ya está bien de robarle a RyT!". Pero como lo aprovecharé para cumplir con el Diario un día de éstos, dejémoslo aquí, entre nosotros, sin darle aire, que aire es lo que me puede hacer falta a mí cualquier día de éstos.]

1 comentario:

Pablo Velasco dijo...

Querido Enrique,
aprovechando este post, que te agradezco inmensamente, te felicito hoy por tu santo.